El chamán me miró con cara de queso, como dicen los argentinos. Así, con la boca abierta, enseñando una dentadura superior despoblada de marfil y tres piños podridos abajo, perdía cualquier tipo de autoridad, si es que tenía alguna.
Foto cortesía de cliff1066 en Flickr
- ¿Me está escuchando? ¿Usted habla español, no? ¡En-con-trar-me! ¡Que sé que guarda hierbecitas de esas por ahí, no me engañe! Le pagaré lo que haga falta. Allá donde esté yo estará mi cartera, así que nada de pagos por adelantado. Por pura física elemental vamos, que de donde no hay no se puede sacar.
El hombre se rascó la barba de varios lustros. Unos cuantos piojos saltaron como resortes y se mudaron a su mugrienta y canosa melena. Me imaginé a uno de esos bichos con una maleta al hombro.
- ¿No será usted uno de esos estafadores, verdad?
Cerró la boca, gracias a dios. Sesenta y pico años sin dentífrico comenzaban a cargar el ambiente de aquella cabaña enana. Rollo tipi apache, pero en medio de la selva.
También se le empezaron a caer los párpados.
- ¿Oiga, se está quedando dormido? ¡Vamos no me jodas…!
Jodió. El hombre estaba dormido. O eso parecía hasta que empezó a reírse a carcajada limpia (o sucia, según se vea), repartiendo su fétido aliento como un aspersor.
Ahora la cara de queso era la mía.
Pasó un rato. Pasaron dos. El tío no paraba de bombear sus pulmones a base de risotadas, que conformaban un coro tronchante con los berridos de los monos. Me entraron ganas de eructarle en la nariz, supongo que por eso del ojo por ojo y aliento por aliento, pero me contuve. Por fin paró de reír y con él dejó de pegar botes la calavera de algo que no quise descubrir colgada en su cuello. Me miró con su sonrisa de tres dientes y sus otros tantos millones de arrugas faciales y se levantó.
Mierda. Tenía su polla al aire.
- Esto ya me sobrepasa…
Fue un pensamiento en voz alta. No sé cómo cojones no lo había visto según entré en la cabaña. De ser así aquella visita habría terminado antes de empezar. Aquel miembro asomaba a través de una especie de falda, o tutú, o cacho de trapo con agujeros, lo que fuera que le rodeaba la cintura.
- Viajero…- Me soltó. Y comenzó a llenar un cuenco de esos de cagadas de murciélago con agua de una de sus vasijas.- ¿Has probado primero a saber dónde buscarte?
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