Como trapecistas en la delgada línea roja
a un lado de la Metro-Goldwyn-Mayer
y al otro de un campo plagado de minas, antipersona non grata
en esta parte del edén
donde se escucha el solo de saxofón, ahí
donde se baila descalzo.
Como el contrabando de diamantes de sangre
brillantes y manchados
enriqueciéndonos de gloria a costa de llenar con ruinas
nuestras arterias.
Tan onda expansiva de asteroide a punto de
acabar con todo y empezar con todo
al mismo tiempo.
Tan burla de lo recto, tan curva peligrosa
a balazos de amor en piso franco, a embestidas contra
niebla y luces de neón
fuegos artificiales de una feria de verano
de pólvora y manzanas de caramelo
de los de “¿ya se han terminado? con lo bonitos que son
mira, ésta es la traca final.
Ah, pues no”.
Como volar a ras de suelo.
Como la Highway to Hell.
Con lo que nos gusta empaparnos de lluvia ácida y pisar los charcos
y sin embargo
nos ahogamos en vasos de agua
pero es un poco complicado nadar, dicen, con una piedra de molino
atada al cuello.
Tan gorrión y medicina, tan novatos
que nunca acaban lo que empiezan, tan jardines
en ojos vagos y marchitos, tan dolby sorround cero punto cero
tan a gritos en silencio, tan escasos
de fe y desobediencia, tan hormigas
en un mundo de hormigón armado,
tan burros persiguiendo zanahorias.
Estar a punto de despellejarnos y tener la osadía
de devorarnos la piel a tiras.
Como la cuenta atrás desde Cabo Cañaveral
despegando y estallando en las nubes
“Houston, no se preocupe, no tenemos ningún problema
lo que pasa es que somos idiotas
y le hemos dado al botoncito rojo sin querer”.
Como vinagre en almíbar.
Como flores en Chernóbil.
A tientas buscando el interruptor, a bandazos
como borrachos de éxito
sin saber, todavía
-ilustres ignorantes-
que el futuro
está en nuestras cicatrices.
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