sábado, 1 de julio de 2017

Y descansó


Y vio Dios que la tierra estaba yerma y oscura y decidió crear la luz y el agua, y la luz y el agua se extendieron sobre cada partícula de materia inerte y les regaló vida, y la vida floreció en semillas que se esparcieron por todo el mundo en una ráfaga de viento provocada por un eructo de Dios, que celebraba su hazaña con una cerveza relajado en su gran trono, y vio que aquello no era suficiente para divertirse así que decidió crear un ser a su imagen y semejanza al que pudiera aplastar con un dedo cuando le entraran ganas de sentirse poderoso, y se masturbó con la mano izquierda derramando su majestuoso esperma sobre la capa terrestre y ahí creció un organismo al que llamó hombre y al que insufló su codicia divina, y como vio que aquello no era suficiente para divertirse, con la precisión de un cirujano le extirpó una costilla para crear una mujer y hacerles creer que gracias a ellos la especie podría dispersar sus bondades, y ahí sin quererlo el buen Dios fabricó la primera célula de estupidez que empezó a crecer y multiplicarse.

Y vio Dios que aquellas dos criaturas no tenían química entre ellas, así que desempolvó su pequeño laboratorio del desván y en una probeta mezcló sangre, sudor y lágrimas y tras una magnífica explosión de júbilo y amargura creó el amor, el amor descafeinado, el amor ingenuo, el amor complicado, el amor mortal, el amor aburrido, el amor mentiroso, el amor cobarde, el amor en sus infinitas ramas para que aquellas insulsas criaturas se divirtieran en ese circo y a la vez hicieran divertirse al buen Dios que todo lo observaba, y el amor se hizo sólido, y el amor se hizo urgente, y el amor se hizo oxígeno, y el amor al sentirse tan importante se atrevió a plantar cara al altísimo y al poco tiempo tuvo un desdoblamiento de personalidad y se convirtió en ego, y el ego en furia, y la furia en hambre, y el hambre en soledad, y la soledad quiso ser buena y quiso ser útil, y se escondió en un rincón de aquel paraíso en ruinas para quererse a sí misma mientras la mujer y el hombre empezaron a crecer y multiplicarse.

Y vio Dios que aquello no era suficiente para divertirse, así que creó el deseo y lo convirtió en el peor enemigo del anárquico amor, y esta némesis celestial fue el caldo de cultivo de las guerras, las guillotinas, los mercados bursátiles, los tipos al alza, las fechas de caducidad en los yogures, los clínex, los ataúdes en madera de pino, la carne hormonada, las concertinas, los mañana se lo digo, los te quiero pero, los toques de queda, las bocinas en los atascos, las operaciones de estética, los ladrones de sueños, los ombligos del mundo, los has cambiado y ya no, los no has cambiado nada y ya no, las aduanas, los mitos, las plazas de parking, la deforestación, las granjas de pieles, las alarmas en los despertadores y otras cuantas cosas más que empezaron a crecer y multiplicarse.

Y vio Dios que todo aquello no era suficiente, que no se divertía, que ese libre albedrío era bello pero demasiado predecible, demasiado ordenado, como una inabarcable alfombra persa, bonito pero simétrico, armónico, aburrido, así que decidió confeccionar su producto estrella, ese con el que rompería las leyes del espacio-tiempo, su monstruo final, la solución perfecta del algoritmo, su puñetero big bang, y creó un formidable artilugio de agitación mental al que llamó esperanza.

Y disfrazó aquella maldita cosa de manzana y la colgó de un árbol.

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