viernes, 1 de enero de 2021

Test de antígenos

Me preguntas si soy feliz, del verbo volar, 

cuando hoy es todo tan fugaz como un orgasmo.

Pero cómo no serlo en un mundo donde existen los cumulonimbos 

y las plumas de un pavo real, en un mundo

capaz de albergar insectos con diez mil ojos que se alimentan de mierda.

¿Pero tú has visto de cerca la piel de un tigre? ¿Las hojas de arce? ¿El beso de Klimt?

Si eso no es belleza que se lo digan a Sharik, que con ocho años camina cada mañana cinco kilómetros para llenar un cántaro de agua, cuando yo a veces me olvido de cerrar el grifo mientras me lavo los dientes.

Un mundo fascinante, hogar del odio sereno y del amor enloquecido, de las aceitunas sin hueso.

Hogar de la clorofila y los leucocitos. Hogar de la luz de la luna, y 

de los callos en los pies.

Refugio de lágrimas de cocodrilo y también del júbilo más absoluto, del trueno de la muchedumbre y de los nocturnos de Chopin.

Simétrico como un copo de nieve.

Sí joder, un mundo en el que no tenemos donde caernos muertos, y sin embargo.

Tan nuestro.



viernes, 17 de abril de 2020

Descubriendo al enemigo

Ahora que todo se observa con perspectiva caballera y ojos de halcón 
y se mastica con impaciencia cada migaja de los segundos, 
permita que le pregunte: 
¿Usted se soporta a sí mismo? 
Ahora que todo suena a ciencia infusa y tecnología de última generación 
y se consumen las retinas frente a pulgadas luminosas, 
disculpe que le consulte: 
¿Usted cree en sí mismo? 
Ahora que todo se sabe con magnífica certeza y extraordinaria precisión 
y se engullen opiniones servidas en el mismo abrevadero, 
perdone que me inmiscuya: 
 ¿Usted se escucha a sí mismo 
después de escuchar a los demás? 
Tiene tiempo para pensar en las respuestas, no se apure. 
Tiene tiempo para pensar. 
Tiene tiempo. 
¿O no? 
Tiempo. 
Ese minúsculo viaje alrededor del sol en el que usted puede quererse, odiarse, destruirse, deconstruirse, evolucionarse, transformarse, arañarse, reformarse, buscarse, fundirse y acariciarse la piel, el tuétano, la calma, el cerebro, el estómago, la polla, el coño, las venas y el hambre por lo prioritario, lo imprescindible, lo inalcanzable, lo utópico, lo bello, lo bestia, lo salvaje en todo su esplendor, la naturaleza en toda su furia, el futuro en todo lo que se ha perdido, el pasado en todo lo que se ha vencido. 
Tiempo. 
Apenas un suspiro.

domingo, 8 de marzo de 2020

Queda pollo en la nevera

...y las alas del colibrí dibujaron un infinito, con el sol asomándose al balcón del horizonte
tan lienzo, tan espléndido, tan cálido, como amarse
en pleno invierno.
Y sucedió tu tacto, y ocurrió tu brisa, y, oh,
esos ojos que derriten glaciares, esa lengua
tan vacuna de coronavirus.
Y brotó tu verbo como un géiser de espadas,
y tú, tan pretérito pluscuamperfecto de mentira,
te clavaste en mis alas.
Pero, oh, no hay nada más
sólido, cósmico, hiperbólico, meteórico, demoledor, mayestático y rotundo
como los nuevos rayos de sol
en pleno invierno.

viernes, 30 de marzo de 2018

Pasatiempos

Ella dice que ;) y que unos labios rosas y yo cosecho labios en código binario, labios en puntos suspensi... que puedo colocar en cualquier parte, aquí por ejemplo, en la cuarta vértebra cervical, donde nunca nadie me ha besado. Y se produce un es-ca-lo-frío en los aproximadamente 17.500 centímetros cuadrados de mi epidermis que me arrojan sin comida ni agua a un laberinto de sensaciones. Ahora busca la salida, pronuncian esos labios cuando llega el recreo, y encuentra las siete diferencias entre este lunar que me acaricia el ombligo y el que tengo medio palmo más abajo. Su mirada de glaciar es una ilusión óptica, en realidad sus pupilas brillan sobre un océano de pequeñas llamaradas, repartidas en anarquía como alocadas piezas de un puzzle turquesa. El colchón se convierte de pronto en un campo de minas y todas serán detonadas con la precisión de un experto artificiero. En el suelo hay un tablero de ajedrez imaginario donde la reina se enroca con el peón, pasándose el soberano protocolo por debajo de las enaguas. Las onomatopeyas y los gemidos resultantes se condensan en una sopa de letras con aspiraciones de convertirse en orquesta sinfónica, mientras un baile de arañazos y huellas dactilares se dispersan en el sudoku de nuestras anatomías. En su espalda de melocotón puede sentirse el eco de sus latidos, cuyo ímpetu desbocado resuelve la última solución horizontal de nuestro crucigrama.

"¿Seguimos jugando?" -se escucha.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Sonrisa de Cheshire


¿Qué te falta, sombrerero loco?
Aquí tengo para hacerte feliz una vieja chistera llena de pequeños detalles,
grandes como galaxias de Andrómeda.
Porque se puede ser feliz con muy poco, ¿sabes?
Con un chasquido de palabras puedo hacer que florezcan ante ti los árboles del paraíso
o trescientas barritas crujientes de chocolate
o un vals de Chopin.
Lo que necesites en cada momento.
Al conejo blanco le gustan los relojes porque piensa que siempre tiene algo que hacer,
como si no pudiera descansar un ratito para tomar té
o deleitarse con el baile de las pelusas que se arremolinan en las calles.
Hasta las pelusas tienen sentimientos.
La oruga fumaquetefuma porque sabe que las cosas que brillan demasiado son cortinas de humo,
y espera convertirse algún día en mariposa de altos vueltos.
La reina tiene el corazón en un puño,
y lo aprieta con la mirada perdida como si fuera una pelota de esas antiestrés.
Ya ves, cada cual tiene sus manías.
A mí me gustaban los reinos descomunales, los océanos,
los palacios con sillones orejeros,
los amaneceres soleados,
los amores cosidos como un traje a medida.
Y hoy solo quiero ser hoguera,
sonreír en la oscuridad como el gato del país de las maravillas,
brindar con tenedores y cucharillas de café,
y levantar imperios con una simple metáfora.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Último asalto


No tengas prisa, querido mundo. Algún día serás testigo de la auténtica revolución. La guerra que late en la distancia hoy es el suave redoble de un tambor. Mañana, la estampida de Jumanji.

No tengas miedo, querido mundo. Una orquesta sinfónica está preparando su mejor concierto. Rugirá furioso el viento en los oídos de quienes no quieren escuchar. Vibrarán las cuerdas vocales acalladas hasta romper la barrera del sonido. El ritmo de la percusión lo impondrá el paso firme de un gigante arrebatado.

Créeme, oh mundo malherido, llegará el momento. La operación está en marcha, dale tiempo. Ataque total por tierra, mar y aire. Llegará la hora de los boinas verdes, un ejército de pinos, robles y eucaliptos que abandonarán los bosques calcinados para aplastar la codicia dominante. La legión de infantería evacuará cunetas y jardines para machacar con sus raíces los índices bursátiles. Florecerá la resistencia en cada hectárea devastada de tu reino.

Ahí estará el cuerpo de marines desembarcando a lo Normandía. Ahí llegarán los peces con petróleo en las arterias, las ballenas con arpones por banderas. Los arrecifes de coral invadirán las carreteras y la espuma de las olas será el cava del futuro. Escuadrones de pingüinos tomarán los parlamentos en ausencia de glaciares. Focas y zorros se abrigarán con la piel de sus verdugos.

El espacio aéreo quedará colapsado por un batallón de aves furiosas. Los cuervos aterrizarán con maestría en las pupilas de la envidia, plumas afiladas como dagas lloverán perforando los tejados. Los gases contaminantes usarán agentes químicos desde las trincheras, loros y cotorras darán voz a la oprimida mayoría. A los buitres mercenarios les espera un festín en entidades financieras.

No habrá nombres suficientes para tantos huracanes, las tormentas serán de clorofila. Será la guerra subversiva, la guerra relámpago, la guerra de guerrillas. Será desde el fango, desde la arena, desde las profundidades marinas, desde las entrañas de las nubes.

Llegará el momento, querido mundo. La venganza de la naturaleza.
Y después de todo eso, habrá un silencio atronador.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Derivada de guerra


Quedaban poco más de 10 kilómetros, pero al número 76 le dolían demasiado las piernas. Cojeaba ostensiblemente de la derecha, que no sentía desde hacía tiempo. Amplios moratones coloreaban el muslo. Dos días antes cayó desde una altura de cinco metros cuando saltó desde la ventana de su casa, que se vino abajo poco después. Quizá un trombo.

Quedaban poco más de siete kilómetros, pero el número 44 se desmayó sobre la arena. Sangraba a borbotones de un costado, aunque había intentado frenar la hemorragia con una camisa sucia que apretaba con una cuerda de esparto. Esa mañana recibió un balazo que atravesó silbando la calle por donde cruzaba de acera a acera. Quizá desangrado.

Quedaban poco más de siete kilómetros, pero el número 43 se arrodilló junto al número 44. Tenía la cara ennegrecida y los ojos hundidos. En el brazo derecho presentaba quemaduras de segundo grado, pero eso no impidió que rodeara con él los hombros del número 44 y lo colocara bajo su cabeza a modo de almohada. Quizá la tristeza.

Quedaban poco más de cinco kilómetros, pero el número 62 se detuvo y miró hacia el cielo nocturno. Su cuerpo estaba prácticamente desnudo, salvo por unos pantalones de algodón rasgados a la altura de las rodillas. Exhalaba gruesas nubes de vaho y temblaba con espasmos nerviosos. Tenía la garganta inflamada y los labios azulados. Quizá el frío.

Quedaban poco más de tres kilómetros, pero al número 27 le parecía un mundo de distancia. Se sentó en el suelo abatido. Había perdido a su hermana, el número 28, varios kilómetros atrás. Ella le dijo que no se detuviera, que más adelante estaría a salvo. Se sacudió el polvo de las mejillas y del pelo y se levantó entre mareos. Lentamente, reanudó la marcha. Estuvo cerca de ser la nostalgia.

Quedaba menos de un kilómetro, y el número 1 podía ver un grupo de luces que palpitaban a lo lejos. Las estrellas vibraban como luciérnagas que festejaban una reunión de antiguos alumnos. Ochocientos metros. El número 59 vomitó un charco de bilis sobre sus pies descalzos. Seiscientos metros. El número 38 aún tuvo fuerzas para echar a correr. Doscientos metros después le reventó el corazón. Quizá la ansiedad. A cien metros, los ojos del número 1 se llenaron de lágrimas. El número 27 se acordó de su hermana mientras se acercaba a la valla donde las luces refulgían como antorchas de un castillo. Su voz retumbó en su cabeza mientras una figura le arropaba con una manta suave, parecida a la que cubría su cama hacía menos de dos días. “Ahí adelante estarás a salvo, pequeño, confía en mí”. Se estremeció y quiso gritar asustado, pero ella le había enseñado que los números siempre deben ser valientes.

Setenta y nueve números cruzaron la línea de meta esa noche, la noche de las luciérnagas. Dieciocho números se apagaron en el camino.
Pero sólo eran eso.
Números.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Maneras de follar


En Madrid, Natalia le comió el coño a Lucía después de haber ido juntas al concierto de Aerosmith para celebrar su trigésimo cumpleaños.

En Barcelona, Marcos le pidió un cigarro a Bryan a la salida de un garito en El Raval y a las dos horas le pedía que follara más rápido.

En una pequeña aldea de las Rías Baixas, Antonia y Josefina se acariciaban desnudas mientras sus maridos jugaban al dominó en el bar.

En Sevilla, la temperatura corporal de Jesús y Micaela disparó el mercurio del termómetro que tenían en la pared del dormitorio.

Justo en ese momento, los anclajes del cabecero de la cama de Sofía cayeron al suelo destrozados tras una poderosa embestida de Hugo.

En un hotel parisino, Charlotte y Olivia cumplían su fantasía erótica número 37: hacer el amor sólo con una chupa de cuero puesta.

Giuseppe se quitaba la peluca en los momentos previos a ser penetrado con un artilugio de 30 centímetros manejado por Philippe.

Cerca de allí, Sor Catalina invocaba a todos los dioses cuando Fray Luciano le introducía el tercer dedo mientras jugueteaba con sus pechos.

Vishnú y Shiva escucharon tales plegarias y en un arrebato de lujuria irrefrenable pasaron a la acción.

Desconocido número 1, desconocido número 2 y desconocida número 3 quisieron conocerse en posición horizontal después de seis meses hablando por internet.

A través de un agujero en el tiempo, pudo verse cómo Sócrates se arrodillaba frente a uno de sus discípulos y hacía gala de su magnífica oratoria.

Un chihuahua quedó locamente enamorado de una preciosa bull terrier en Central Park.

En el mismo segundo histórico, Sídney, Ciudad del Cabo y Bogotá fueron testigos de varios orgasmos que superaron el límite de decibelios permitidos.

Los potentes gemidos llenaron el mundo. Y llegaron a Marte, donde XJ-82 y GL-54 empezaron a lamerse con algo semejante a dos lenguas arcoíris.

Lo que parece tan terrible, obsceno y singular, es más frecuente de lo que crees.
Si las alcobas hablasen, nos dejarían sordos.
Son simplemente distintas.
Maneras de follar.

sábado, 1 de julio de 2017

Y descansó


Y vio Dios que la tierra estaba yerma y oscura y decidió crear la luz y el agua, y la luz y el agua se extendieron sobre cada partícula de materia inerte y les regaló vida, y la vida floreció en semillas que se esparcieron por todo el mundo en una ráfaga de viento provocada por un eructo de Dios, que celebraba su hazaña con una cerveza relajado en su gran trono, y vio que aquello no era suficiente para divertirse así que decidió crear un ser a su imagen y semejanza al que pudiera aplastar con un dedo cuando le entraran ganas de sentirse poderoso, y se masturbó con la mano izquierda derramando su majestuoso esperma sobre la capa terrestre y ahí creció un organismo al que llamó hombre y al que insufló su codicia divina, y como vio que aquello no era suficiente para divertirse, con la precisión de un cirujano le extirpó una costilla para crear una mujer y hacerles creer que gracias a ellos la especie podría dispersar sus bondades, y ahí sin quererlo el buen Dios fabricó la primera célula de estupidez que empezó a crecer y multiplicarse.

Y vio Dios que aquellas dos criaturas no tenían química entre ellas, así que desempolvó su pequeño laboratorio del desván y en una probeta mezcló sangre, sudor y lágrimas y tras una magnífica explosión de júbilo y amargura creó el amor, el amor descafeinado, el amor ingenuo, el amor complicado, el amor mortal, el amor aburrido, el amor mentiroso, el amor cobarde, el amor en sus infinitas ramas para que aquellas insulsas criaturas se divirtieran en ese circo y a la vez hicieran divertirse al buen Dios que todo lo observaba, y el amor se hizo sólido, y el amor se hizo urgente, y el amor se hizo oxígeno, y el amor al sentirse tan importante se atrevió a plantar cara al altísimo y al poco tiempo tuvo un desdoblamiento de personalidad y se convirtió en ego, y el ego en furia, y la furia en hambre, y el hambre en soledad, y la soledad quiso ser buena y quiso ser útil, y se escondió en un rincón de aquel paraíso en ruinas para quererse a sí misma mientras la mujer y el hombre empezaron a crecer y multiplicarse.

Y vio Dios que aquello no era suficiente para divertirse, así que creó el deseo y lo convirtió en el peor enemigo del anárquico amor, y esta némesis celestial fue el caldo de cultivo de las guerras, las guillotinas, los mercados bursátiles, los tipos al alza, las fechas de caducidad en los yogures, los clínex, los ataúdes en madera de pino, la carne hormonada, las concertinas, los mañana se lo digo, los te quiero pero, los toques de queda, las bocinas en los atascos, las operaciones de estética, los ladrones de sueños, los ombligos del mundo, los has cambiado y ya no, los no has cambiado nada y ya no, las aduanas, los mitos, las plazas de parking, la deforestación, las granjas de pieles, las alarmas en los despertadores y otras cuantas cosas más que empezaron a crecer y multiplicarse.

Y vio Dios que todo aquello no era suficiente, que no se divertía, que ese libre albedrío era bello pero demasiado predecible, demasiado ordenado, como una inabarcable alfombra persa, bonito pero simétrico, armónico, aburrido, así que decidió confeccionar su producto estrella, ese con el que rompería las leyes del espacio-tiempo, su monstruo final, la solución perfecta del algoritmo, su puñetero big bang, y creó un formidable artilugio de agitación mental al que llamó esperanza.

Y disfrazó aquella maldita cosa de manzana y la colgó de un árbol.

sábado, 15 de octubre de 2016

Flores en Chernóbil

Como trapecistas en la delgada línea roja
a un lado de la Metro-Goldwyn-Mayer
y al otro de un campo plagado de minas, antipersona non grata
en esta parte del edén
donde se escucha el solo de saxofón, ahí
donde se baila descalzo.
Como el contrabando de diamantes de sangre
brillantes y manchados
enriqueciéndonos de gloria a costa de llenar con ruinas
nuestras arterias.
Tan onda expansiva de asteroide a punto de
acabar con todo y empezar con todo
al mismo tiempo.
Tan burla de lo recto, tan curva peligrosa
a balazos de amor en piso franco, a embestidas contra
niebla y luces de neón
fuegos artificiales de una feria de verano
de pólvora y manzanas de caramelo
de los de “¿ya se han terminado? con lo bonitos que son
mira, ésta es la traca final.
Ah, pues no”.
Como volar a ras de suelo.
Como la Highway to Hell.
Con lo que nos gusta empaparnos de lluvia ácida y pisar los charcos
y sin embargo
nos ahogamos en vasos de agua
pero es un poco complicado nadar, dicen, con una piedra de molino
atada al cuello.
Tan gorrión y medicina, tan novatos
que nunca acaban lo que empiezan, tan jardines
en ojos vagos y marchitos, tan dolby sorround cero punto cero
tan a gritos en silencio, tan escasos
de fe y desobediencia, tan hormigas
en un mundo de hormigón armado,
tan burros persiguiendo zanahorias.
Estar a punto de despellejarnos y tener la osadía
de devorarnos la piel a tiras.
Como la cuenta atrás desde Cabo Cañaveral
despegando y estallando en las nubes
“Houston, no se preocupe, no tenemos ningún problema
lo que pasa es que somos idiotas
y le hemos dado al botoncito rojo sin querer”.
Como vinagre en almíbar.
Como flores en Chernóbil.
A tientas buscando el interruptor, a bandazos
como borrachos de éxito
sin saber, todavía
-ilustres ignorantes-
que el futuro
está en nuestras cicatrices.

sábado, 16 de julio de 2016

Buscando a Mariano

Te acuerdas Nemo, de aquellos tiempos negros en los que no dormías tranquilamente. Te acuerdas que pensabas que iban a robarte los sueños en cualquier momento. Que era lo único que les quedaba por arrebatarte. Y lo peor de todo, que cuando luchabas por ellos, por el gigantesco derecho a soñar, te hacían creer que no eras más que un minúsculo e insignificante pez payaso.

¿Te acuerdas, Nemo? Eran los tiempos del naufragio. En este mundo submarino no brillaban la honradez ni la justicia. Era un mundo sucio y contaminado disfrazado de paraíso. Azul por fuera, marrón mierda por dentro. Salías a dar una vueltecita por cualquier corriente marina y al volver a casa, sorpresa. Un nuevo cachalote se había cagado en la ciudad. Miedo y asco en el arrecife.

Qué pena hijo, qué dolor. Cuánto sufríamos en silencio. Y daba igual que un día reventaras, tuvieras ganas de gritar y te partieras las aletas peleando por un lugar mejor. ¿Es que no recuerdas que te prohibieron quejarte en voz alta? ¿Que amordazaron tus protestas? Había que escuchar, acatar y callar. Cualquier otra sucesión de acontecimientos fuera de ese orden se consideraba desorden, anarquía, caos.

El terror, mi pequeño. El terror en los tiempos del cólera. Pero eso era lo que nos querían meter por los poros. Que estábamos a su merced. Pero aquí dentro latía la rabia hijo mío. Enchufábamos TeleCoral, abríamos cualquier periódico de Villa Oceánica, y en todas partes encontrábamos peces que se habían reído en nuestra cara. ¡En nuestra cara, Nemo! ¿No te acuerdas de su fanfarronería? Había uno que hasta le grabaron vía acuática contando las perlas a miles. Y otro en Villa Levantina que se mofaba de la credulidad de sus votantes.

Bueno, lo de Villa Levantina y Centro Turquesa fue para mear y no echar gota. Nadie se libraba de un caso cercano de especulación y fraude. Saqueos en diferido. Ladrones, viciosos, conspiradores en la sombra. Menudas agallas tenían. Eso sí, el estupendo caloret marítimo y los trajes de escamas a medida que no falten. Si iban a chotearse, lo hacían con elegancia.

Te lo dije hace tiempo, Nemo. Nos querían tontos, enfermos y desinformados. Pero es que además nos querían deprimidos y cobardes. Y seguro que te diste cuenta, porque ya eras mayor y lo veías con tus propios ojos. Vamos, que yo sí recuerdo haberte visto protestar, patalear y golpearte en el pecho proclamando tu orgullo, tu dignidad. No me digas que tú no te acuerdas de lo que es eso.

Por favor, Nemo, no me lo digas. Aunque sea miénteme para hacer feliz a un pobre pez desmemoriado como yo. Que aquí abajo ya hay suficientes peces payaso que no recuerdan nada.

Y de paso, recuerda que no eres tan insignificante como te hicieron creer.

viernes, 1 de abril de 2016

Sinfonía capital número 31


La lujuria me educó en el sabio proverbio del más vale calidad que cantidad.

Al orgullo le invoco cuando me sale de los huevos. Y si no, me lo paso por el forro de los mismos.

La pereza me enseñó que...

La ira es una hija de la gran puta desgraciada con tal grado de minusvalía mental que es capaz de derribar la más fuerte y sensata de las razones. Pero algunas razones la necesitan para engordar lo justo como para ser fuertes y sensatas.

...me enseñó que la juventud...

Cuando la codicia tenga el valor suficiente, dejará de ser codiciosa. Mientras tanto seguirá siendo la maestra más odiada de la clase.

Seguro que la envidia está rabiando un puñao de verme satisfecho con mi reino. Tan inmensamente grande, que está gobernado por pequeños detalles.

...que la juventud no se debe posponer en el tiempo.

Y la gula me instruyó en el buen arte de besarte, mordisquearte, masticarte, pastarte, devorarte, desayunarte, almorzarte, cenarte, pero nunca nunca nunca, joder, nunca, aunque esté a punto de reventar... nunca ayunarte.

Porque todos los pecados tienen algo que ofrecer.
Excepto el peor de todos ellos:
No mirar siempre hacia delante.

jueves, 4 de febrero de 2016

24 de enero


Tenías veintitantos y decidiste secuestrar al sol
para esconderlo en tu sonrisa.
Con un chasquido de dedos cruzabas cualquier camino sembrado de sueños
la jungla del invierno
venciendo los tiempos del espejismo y la incertidumbre
sin un gramo de cordura que llevarte a la boca
y bebiendo del mar en el asfalto
como si el mundo no tuviera nada más que hacer
excepto inclinarse.

Tenías veintitontos y por entonces nunca llovía
pero cada gota de escalofrío
descargaba una tormenta de esperanza.
Convirtiendo cada paisaje en un lienzo donde a brochazos de vida
estampabas tus huellas
donde a migajas de pan
alimentabas horizontes
que tan cerca estábamos de huirnos y tan lejos
de perdernos
cuando los ojos se buscaban con las pupilas sin saber que se encontraban
con tu mirada.

Tenías veintitintos y era demasiado pronto para descansar
con un redoble en el pecho
marcando el ritmo del vals y el rock and roll
la primera semilla que germina en primavera
la certeza de un suicida
que se mata por una sola de tus plumas
a gritos devorando la revolución
a silencios levantando el vuelo
porque una caída nunca fue arrodillarse y agachar la belleza
de bailar en corrientes de aire.

Ahora, a tus veintitodos, has decidido acabar con las últimas barricadas
las puestas de luna
y latiendo
como un rascacielos recién pintado
como una estrella recién fugaz
coleccionando granos de arena
para fabricar
montañas de libertad.

martes, 29 de diciembre de 2015

Legado McQueen


Desde un pequeño iceberg situado aproximadamente a ciento cincuenta millas al oeste del último poblado de Alaska oriental un anciano esquimal yupik observaba el que sería su último anochecer mientras prendía el último de sus cigarrillos, cuya primera voluta de humo se meció con la elegancia de una pluma extraviada alentada por una ráfaga de viento que ululaba en do bemol. Respiraba con dificultad y hacía ya varios años que había olvidado su nombre pero aún jugaba a recordar cómo era su rostro cuando se descubría en el agua y en aquel universo cristalino se reflejaban una sonrisa que todavía no conocía el significado de la palabra soledad y una mirada en la que bailaban unas pupilas ávidas de emociones. Ocho caladas más tarde, con el abrasador escalofrío del que se sabe satisfecho con su cometido, el anciano esquimal yupik se tumbó boca arriba con los ojos cerrados y en un idioma que solo conocía él, quizá de otros tiempos, quizá de otra alma, susurró cuatro palabras que cada persona del planeta captó con perfecta resonancia y supo interpretar sin haber escuchado jamás:

Nunca apaguen su luz.

Fue cuando el sol se fundió con el horizonte haciendo una reverencia, fue entonces, cuando se rasgó la sábana de aquel iceberg con el lamento de un violín herido, entonces, cuando todas y cada una de las moléculas de aquel anciano esquimal se convirtieron a la vez en muerte y energía sembrando aquel páramo con las semillas de la revolución, fue entonces, cuando ahí que devoró la corteza y el manto y el núcleo terrestre una horda de átomos de vida que germinaron en una magnífica secuoya que atravesó el aire como una saeta de hielo, ahí, entonces. Y cuando llegada a una altura desde la que se podían contemplar el hambre y la codicia y la mentira y la peste cabalgando en potros moribundos y desquiciados, se quiso desatomizar en partículas de arcoíris que con un mestizaje celestial se agruparon para formar una aurora boreal que encendió hasta el rincón más aislado y lúgubre del cielo, y entonces, y ahí que llegaron los diamantes de luz a trompicones, a llamaradas, incendiando las ascuas de las hogueras que habían sucumbido al frío de la noche, alrededor de las cuales se acariciaban millones de cuerpos que estaban a punto de arrodillarse y rendirse a las tinieblas.

Y cuando despertó en ellos el calor de un nuevo día, un abrasador escalofrío recorrió sus venas y se supieron satisfechos con su cometido, y se quisieron como eran, y se vivieron, y se sintieron incandescentes como una radiante pira inmortal.

Y fue ahí.
Y fue entonces.