jueves, 21 de agosto de 2014

El llanto de las sirenas

Dónde vamos, dice él, mientras ella le acaricia la cabeza.
Vamos lejos, dice ella, donde nadie pueda encontrarnos. Donde puedas divertirte, hacer amigos. Donde mamá y papá querían que estuviéramos. Vamos lejos, le susurra, donde ya no tengas miedo de las luces, de los ruidos.

Por qué nos vamos, dice él, mientras ella se levanta de entre escombros.
Porque no podemos, dice ella, seguir viviendo en esta casa. Pero habrá otros sitios que te gusten. Porque hay lugares muy hermosos por el mundo que te esperan. Y podrás dormir tranquilo, le besa, sin tener que huir de esos monstruos de metal que hay en la calles.

Qué es huir, dice él, mientras ella cierra la mochila.
Es correr muy rápido, dice ella, tan rápido que nadie pueda alcanzarnos. Es correr sin descansar, sin mirar atrás. Imagina que esas personas con casco quieren atraparte, y si consigues que no te vean ganas un trofeo. Imagina, le sonríe, que podrías ser todo un campeón.

Quién nos persigue, dice él, mientras ella abre la puerta lentamente.
Eso no importa, dice ella, lo que importa es que te tengo, y tú me tienes. Lo que importa es que siempre nos tengamos. Que no me sueltes nunca de la mano. Que seas fuerte, le abraza, veas lo que veas, oigas lo que oigas.

Y cuándo huimos, dice él, mientras ella se consagra con la brisa.
Pronto, dice ella, mientras enlazan sus dedos en la noche.
Y cuándo es eso, dice él.
Ahora, dice ella, antes de que lloren las sirenas.