Te acuerdas Nemo, de aquellos tiempos negros en los que no dormías tranquilamente. Te acuerdas que pensabas que iban a robarte los sueños en cualquier momento. Que era lo único que les quedaba por arrebatarte. Y lo peor de todo, que cuando luchabas por ellos, por el gigantesco derecho a soñar, te hacían creer que no eras más que un minúsculo e insignificante pez payaso.
¿Te acuerdas, Nemo? Eran los tiempos del naufragio. En este mundo submarino no brillaban la honradez ni la justicia. Era un mundo sucio y contaminado disfrazado de paraíso. Azul por fuera, marrón mierda por dentro. Salías a dar una vueltecita por cualquier corriente marina y al volver a casa, sorpresa. Un nuevo cachalote se había cagado en la ciudad. Miedo y asco en el arrecife.
Qué pena hijo, qué dolor. Cuánto sufríamos en silencio. Y daba igual que un día reventaras, tuvieras ganas de gritar y te partieras las aletas peleando por un lugar mejor. ¿Es que no recuerdas que te prohibieron quejarte en voz alta? ¿Que amordazaron tus protestas? Había que escuchar, acatar y callar. Cualquier otra sucesión de acontecimientos fuera de ese orden se consideraba desorden, anarquía, caos.
El terror, mi pequeño. El terror en los tiempos del cólera. Pero eso era lo que nos querían meter por los poros. Que estábamos a su merced. Pero aquí dentro latía la rabia hijo mío. Enchufábamos TeleCoral, abríamos cualquier periódico de Villa Oceánica, y en todas partes encontrábamos peces que se habían reído en nuestra cara. ¡En nuestra cara, Nemo! ¿No te acuerdas de su fanfarronería? Había uno que hasta le grabaron vía acuática contando las perlas a miles. Y otro en Villa Levantina que se mofaba de la credulidad de sus votantes.
Bueno, lo de Villa Levantina y Centro Turquesa fue para mear y no echar gota. Nadie se libraba de un caso cercano de especulación y fraude. Saqueos en diferido. Ladrones, viciosos, conspiradores en la sombra. Menudas agallas tenían. Eso sí, el estupendo caloret marítimo y los trajes de escamas a medida que no falten. Si iban a chotearse, lo hacían con elegancia.
Te lo dije hace tiempo, Nemo. Nos querían tontos, enfermos y desinformados. Pero es que además nos querían deprimidos y cobardes. Y seguro que te diste cuenta, porque ya eras mayor y lo veías con tus propios ojos. Vamos, que yo sí recuerdo haberte visto protestar, patalear y golpearte en el pecho proclamando tu orgullo, tu dignidad. No me digas que tú no te acuerdas de lo que es eso.
Por favor, Nemo, no me lo digas. Aunque sea miénteme para hacer feliz a un pobre pez desmemoriado como yo. Que aquí abajo ya hay suficientes peces payaso que no recuerdan nada.
Y de paso, recuerda que no eres tan insignificante como te hicieron creer.
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