jueves, 19 de junio de 2014

Kafka Street

La primera pluma apareció en su codo derecho. Milena creyó que todavía estaba soñando, así que se arrancó de cuajo aquella negra extravagancia, se dio un bofetón y volvió a planchar la oreja, como si nada hubiera ocurrido. Pero tres horas después, a las once y cuarto de la mañana, su brazo derecho estaba invadido por centenares de plumas que lo cubrían completamente. Milena se levantó con movimientos lentos, pálida, aún convencida de que seguía atrapada en la otra dimensión, y logró llegar hasta la cómoda, en cuyo primer cajón, entre las bragas, guardaba unos cuantos porros de marihuana. Los postres para después de un buen polvo. Encendió el más gordo.

Sólo quería mirar hacia la izquierda, como si tuviera tortícolis. Fumó un rato hasta que el rabillo del ojo diestro le traicionó violando todos sus códigos racionales. Los pocos que le quedaban. Sí querida, ahí está, un brazo cubierto de plumas. Lo que viene siendo un ala. Volvió a apartar la mirada como un resorte. Y así las cosas, ya a sabiendas de que aquello de sueño tenía poco dado el colocón que llevaba, lo primero que se le pasó por la cabeza a la venus de Milena fue que le iba a costar mucho más llegar al orgasmo si tenía que masturbarse con la mano que le quedaba.

Ensayó en la ducha. No pudo concentrarse. Salió sin toalla, y enfrente del espejo estudió su nueva extremidad. Rondaba el metro y medio. Comenzó a aletear suavemente, flas, flas, flas, y se imaginó a una mamá pájaro con un rollizo gusano en el pico aterrizando en su nido, donde le aguardan tres impacientes polluelos chillones. Tenemos hambre, mami. Qué nos traes, mami. Hoy no hay nada para vosotros, mis pequeños. Y devoraba el gusano delante de sus famélicos hijos con un gusto infinito. Luego se vio sobre una rama de almendro, observando con satisfacción cómo dos apuestos cuervos se sacaban los ojos para montarla. Y el vencedor, tuerto y ensangrentado, moría a sus pies sin conseguirlo.

Entonces notó un picor en su único brazo, a la altura del bíceps. Un minúsculo punto oscuro como un lunar empezó a abultarse y de su interior brotó otra pluma, que rápidamente creció hasta alcanzar el tamaño de las demás. Menos de cinco segundos después ya no había brazo. Milena, como azotada por un sofocante golpe de realidad, quiso gritar. Pero su cuerdas vocales lanzaron un poderoso graznido que resquebrajó todos los cristales de la habitación. Cuando miró hacia abajo ya sólo tenía garras y un espléndido y plumífero cuerpo negro. Escuchó un alarido en la calle. Corrió hacia la ventana borracha de confusión y vio una enorme rata blanca aplastando el capó de un coche. Más allá, un gorila batía con furia una farola por encima de su cabeza y enseñaba los colmillos a una inmensa cucaracha. De pronto, el balcón frente a Milena se desprendió de la pared y cayó con estrépito. Un camaleón del tamaño de un pívot de baloncesto apareció del agujero y se adhirió a la fachada del edificio. Desde esa posición privilegiada, casi imperial, desplegó su lengua y pasó rozando a Milena con un zumbido, estampándose en el tabique a su espalda con un sonido acuoso como un proyectil de barro.

Por primera vez en su vida, la venus de Milena se meó encima de miedo y no de placer.

Cuando la lengua volvía a enrollarse saltó al vacío y logró volar a pocos centímetros del suelo. En el portal número 26, al lado de los buzones, un tiburón con piernas masticaba el aire entre convulsiones. Con una acrobacia, Milena se elevó por encima de los bloques de viviendas. Y antes de que olvidara quién era, aún tuvo tiempo para pensar su próximo peinado.

2 comentarios:

Juan dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Juan dijo...

me confundí en el comentario anterior, mil perdones por ensuciar la entrada

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OLÉ!