En mi Poniente, los monarcas se extinguieron a la par que los dragones. Las coronas se oxidaron con el paso de los años, y decretamos regalarlas al comprar una hamburguesa. En mi Poniente, el único trono conocido es aquel donde abrimos nuestras nalgas.
En mi Poniente, el único príncipe con empaque que adoramos nos sonríe en las galletas. Y el más pequeño de su estirpe nos relata sus periplos por el reino. En mi Poniente, los borbones sirven cañas en un bar de La Latina.
Aquí en mi Poniente, los retratos de Velázquez sólo muestran a meninas sugerentes. Las princesas son tan chulas que prefieren abdicar, y trabajar de periodistas. Y las casas más reales se costean sin estudios de mercado ni intereses fluctuantes.
En los Siete Reinos de Poniente, las banderas son manteles para picnics en el campo. Dinastía juraría que fue una serie de la tele en los ochenta. Para que te hagas una idea, en las monedas de Poniente aparecen mis chihuahuas echándose la siesta.
Qué más puedo decir de mi Poniente, donde las zarzuelas son líricas y no palacios. Donde los elefantes sólo se arrodillan cuando ven pasar a Simba. Y donde el poder absoluto es aquel con el que Goku, se ventila a todos los malos.
Qué más puedo decir. Pues que aquí se vive a cuerpo de rey.
Qué cosas.
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