Los principios siempre cuestan.
Recuerdo cuando Tomás, el cuatro ojos del colegio, le dio un beso en la boca a la gigantona de Carlota en el pasillo.
Fue sin avisar. Se acercó por detrás, dando saltitos como un gorrión en la rama de un árbol, se puso de puntillas y aterrizó en sus labios ante la atónita mirada de la idiota de Patricia, que en aquellos tiempos tenía el culo del tamaño de un pupitre y una envidia que rozaba lo obsceno. Cuando vio que aquella gesta no había sido tan difícil, Tomás le metió la lengua a Carlota y jugueteó con la suya durante un par de segundos que interrumpieron la rotación del planeta.
Ella ni se inmutó. Ni siquiera dio un respingo.
Incluso había cerrado los ojos durante el breve trayecto.
Poco después, Carlota agarraba de la mano a aquel gorrión con gafas veinte centímetros más bajito que ella, y le llamaba “cariño” y “mi pajarito”. Y una noche, mientras los dos estaban desnudos en la cama, le confesó que llevaba esperando aquel beso desde cuarto de primaria.
Los principios, siempre cuestan. Los finales son sencillos, porque la mayoría de las veces no avisan. Son implacables.
Empezar de cero. Como si el cero fuera el origen de todo.
Qué frase más estúpida.
1 comentario:
solo es cuestion de atreverse... y no mirar atras...
Uno deja de vivir cosas por pensamientos estupidos.
Publicar un comentario