Y dime. En qué coño se parece esto a un corazón. En la forma no será, porque parece un estropajo sucio. En la textura tampoco, ya que cuando lo toco me da la impresión de que le estoy manoseando el culo a una vieja. Y en el olor menos, porque ahí dentro huele a mierda de hipopótamo en un cuarto sin ventanas. Así que dime. En qué coño se parece este trasto inútil y asqueroso a un corazón. En qué. Toma, cógelo y estrújalo como un pomelo y hazte un zumo. O juega con él a la pelota vasca, o píntale una carita sonriente, o yo qué cojones sé, pero no me digas que esto es un corazón. Y menos ahora, después de echar un polvo y acabar en el momento exacto en el que Matías Prats da paso a los deportes, y me estoy poniendo los gayumbos apoyado en la pared por el tembleque de mis piernas. Joder, ahora no. Ahora no me preguntes si te quiero o te dejo de querer, si ahí dentro late algo o chirrían a la vez mil bisagras oxidadas. Y no me cojas de la mano ni me digas que está bien, que no te importa qué vendrá tras el cigarrillo del después o del portazo a mis espaldas, porque tú te estás mintiendo y a mí me engañas, y es cuando parece que soy yo el que quiere echarse tres en uno en las arterias, y quién demonios sabe si es verdad.
En nada. Y claro que no. Esas son las respuestas.
Te espero en el váter jugando al tetris.
Hasta que te apetezca darte un baño.
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