viernes, 9 de marzo de 2012

Prototipo dieciocho

Después de dos horas cosiéndonos con la mirada me clavó el alfiler, se arremangó la sonrisa y le dio el último trago a su cerveza de importación, que ya estaría como el caldo de un cocido. Por lo menos en ese momento deseé que así fuera.
-¿Ya te vas?
-Sí, ¿qué pasa?
(Qué no pasa, más bien)
-Nada, que nos quedan cosas por decir.
(Y por hacer)
-Nos queda todo.
-Pues sí.
-Pero ya es muy tarde. ¿No crees?
(No)
-Supongo que para saber tu nombre aún no.

Diez segundos después los pétalos de su falda bailaron un swing y se marcharon por donde habían venido, como arrastrados por un vendaval de estrofas de Sabina.
¿Por qué tenía que llamarse así?
No me había dejado los latidos en la punta de la lengua, ni el entrecejo arrugado como un montón de ropa en la cesta de la ropa sucia.
Es verdad.
Aún no han inventado nada que conquiste mejor a un hombre que una buena mamada.

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