Hay
momentos que todavía pienso en ellas.
Mis
pobres sombras.
En lo
que pudieron haberse convertido. En carne y en hueso. En galaxias.
Se
conformaban con una simple rodaja de felicidad cada mil puñeteros
eones.
Lo bien
domesticadas que estaban.
Hay
momentos que todavía pienso en ellas, claro.
Estarán
mayores.
¿Habrán
firmado una hipoteca? ¿Se habrán hecho tatuajes?
A mí no
me fallaban nunca. Ni siquiera cuando me abandonaron.
Hasta
eso. Lo hicieron con el alma desnuda.
Y lo
fácil que era convivir con ellas.
En este
hogar.
Tan
recogido de tormentas de granizo y sal y cristales rotos. Tan búnker.
Fuera de
ahí fuera. Dentro de aquí dentro. Donde suena el pum pum.
¿Tendrán
frío? ¿Tanto como yo?
Pero sé
que estarán bien en alguna parte.
Con un
arma en una mano y coraje en la otra.
Comprando rodajas de felicidad en cualquier almohada.
Comprando rodajas de felicidad en cualquier almohada.
Soñando
en cualquier espalda.
Buscando luz.
Buscando luz.
Devorando
vida.
Con sus
lenguas de porcelana.
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