viernes, 29 de mayo de 2015

Lo que dura un blues


Tarde es pedirle al tiempo que nos devuelva el cambio
de haberlo apostado todo a una sola jugada
sin saber que del cielo al hielo no hay más que
una letra de diferencia.

Tarde es pagar peaje en esa aduana flanqueada
por hoyuelos que mueven montañas de vida
cuando allí echó raíces un equipaje
con la mía.

Tarde es pretender que un corazón pise el freno
después de latir por un simple susurro.
Que no hay peor ciego que el que no quiere
escucharte.

Lo pronto ocurre cada segundo que me invades
conquistando por tierra y mar el aire que siempre quiso ser viento
y mecer los dientes de león que fabricamos.
Esos
con los que aprendimos a morder sueños.

Y quizás es pronto para creer en paraísos
pero al menos déjame tener fe en algo que pueda tocar
en algo que se parezca a un milagro manifiesto
como tu cuerpo.

Juguemos a ser eternos como el horizonte.
Juguemos a seguir migas de pan.
Juguemos a ser un cruce de caminos.
Al menos lo que dura un blues.

Y recorrer a sorbos las esquinas de sus acordes
emborrachándonos los sentidos.
Hasta verte reflejada un millón de veces por todas partes.
Hasta perder la cordura por esta historia.
Porque esta es una historia para la que nunca será
demasiado tarde.

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