Tal vez venga la tormenta después de la calma y no al revés, con prisas y sin quitar la vista de un reloj como el conejo del país de las maravillas, y entre dando portazos a través de todas las células de los corazones en ruinas llevándose los despojos, arrojándolos a un contenedor de reciclaje. El rencor al amarillo, por ser envase contaminante y nocivo. Los besos con nata van al gris como alimentos fácilmente biodegradables que son. Al verde las promesas envueltas y encerradas en el cajón del olvido, y los te quiero… joder, a esos es imposible reciclarlos.
Y qué le digo a la tormenta que se lleve. Seguro que me cobra un plus de peligrosidad por tratar con materiales radiactivos, o me suelta que aún no han inventado ningún proceso milagroso, que digiera toda aquella mierda de ahí dentro. Qué les digo al huracán y al tifón que se lleven de un soplido. Qué coño le digo al terremoto que destruya, cuando el trabajo ya está hecho. Podría pedir una ración de energía nuclear a domicilio, un cicuta con limón, un virus de origen animal o incluso una glaciación, que congele este desierto.
O tal vez podría incluso aprender a caminar, sin tener que seguir tu rastro como un perro.
Tal vez.
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