Esto de las nuevas tecnologías es un coñazo. O mejor, una mierda. Y tengo asumido que parezco un abuelo de los de boina, chaleco de pana y garrote en mano diciendo esto, pero me la trae al fresco. Me siento jodidamente viejo cuando veo que lo poco que conocía de ellas hace un año ahora no sirve para nada. Es un constante pisoteo a las neuronas. No da tiempo a almacenar tanta información nueva que nos invade el cerebro como una avalancha de datos, a no ser que seas uno de esos con la enfermedad (sí, enfermedad) de recordarlo todo. “Hipermnesia”, me dice el Gúguel. Pero veis, ya he caído en la trampa de meterme hasta las cejas en esa atrofia remilgada llamada “nube” o “cloud computing” o “ciberespacio” o lo que sea, un término malparido que (paradójicamente) parió otra ristra interminable de cursiladas y anglicismos tan larga como un día entero viendo Telecinco.
El bautismo de fuego de un servidor en la “nube” no dejó mal sabor de boca. Al revés, el “todo gratis” nubló (y nunca mejor dicho) mi ojo crítico y dejé que me calara su chaparrón de supuestas buenas intenciones. Supuestas. Como drogas que son, la tecnología y lo gratis engancha, y las drogas no tienen buenas intenciones. Al menos, a largo plazo. Miren, que eso es malo, dispara los niveles de ansiedad cuando no se tiene. El clásico mono, como el sufrido en las largas ausencias de los besos añorados. La inercia me empuja hacia esas máquinas infernales y choco de frente con el culmen de la prostitución tecnológica, un pseudolenguaje devora vocales que se propaga como un virus y que convierte el sentido de la vista en una tortura china. Con la sensación de tener el cerebro cada noche más vacío y reseco, más impaciente por comprobar hasta dónde vamos a mutilar el diccionario. Las palabras se arrastran a trompicones por circuitos eléctricos y la chispa la prenden nuestros dedos, un colofón terrible a lo único que demuestra que no somos estúpidos aunque la mayoría se empeñe en justificar que son graduados en la materia. Es el castigo del siglo veintiuno, supongo, una caída libre desde la cima del mundo occidental.
Pero veis, ya he caído en la trampa de darle al botoncito de “publicar”. Joder.
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