jueves, 5 de marzo de 2015

Shakespeare también fumaba opio


Me despojo de las sombras para ser enteramente tuyo, amor mío, sin secretos ni cadenas que me aten lejos de donde pisas.

Desnudo el corazón en cada latido que alimentas, este esclavo que se postra ante tus huellas y se rinde ante tus ojos. En mi pecho no hay vacíos, cuando eres tú quien lo completa.

Mas soy indigno de esos labios que tan cerca estuvieron de perderse en un mar de recuerdos. Soy ese ingenuo aprendiz de caballero, que resultó un penoso plagio de galán.

No me guardes rencor, querida mía, por no haber sabido distinguir tu aura entre la multitud y lo ordinario. No me odies por ser terco y ciego, ni por renunciar al calor de tus abrazos. Pues son ahora ellos los protectores de mi fe, la energía de mi aliento, mi fortaleza.

Y ese fango que me hunde hasta las rodillas en otros tiempos de desdicha se diluye en tus caricias, bella dama.

Y esos tiempos tuvieron a bien desatomizarse y sembrar de polvo de diamante el óxido entre las ruinas.

Y esas ruinas fingieron ser secuoyas y jugar a ser tan altas como la luna, ay, ay, como la luna, y enterrar sus raíces en tus enaguas para florecer donde pudieras regarlas cada día.

Y ahora simplemente soy, vida mía, un hombre adelantado a su época.

1 comentario:

Juan dijo...

Pero si Shakespeare no era más que un plagiador, un cornudo y además, nunca existió! o es que está por llegarnos?