La dignidad no se encuentra en cajas fuertes ni carteras, en un cambio de divisas, en los quilates.
La dignidad no se ubica en palacetes ni quinielas, en el tamaño de las tetas, en sonrisas gratuitas.
A la dignidad se la sudan los caballos de tu coche, la memoria de tu smartphone, tus seiscientos trece amigos virtuales, los goles del partido.
La dignidad se pasa por el forro el simbolito que decora tu camisa, el sexto cero de tu cuenta bancaria, tu casita de verano, tu escapada del finde, tu currículum de polvos.
A veces la dignidad se esconde en el fondo de los vasos, en las tripas de una jeringa, en una bala. A veces grita como un ogro y se desgañita por orgullo. A veces es silente y astuta. A veces aprieta los puños hasta que sangra de cólera. A veces, muere de impaciencia.
Cuando la esperanza es lo primero que se pierde, no voy a dejar que se lleve consigo mi dignidad.
Que esa maldita cosa es imprescindible.
Y el resto, no.
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