La dignidad no se encuentra en cajas fuertes ni carteras, en un cambio de divisas, en los quilates.
La dignidad no se ubica en palacetes ni quinielas, en el tamaño de las tetas, en sonrisas gratuitas.
A la dignidad se la sudan los caballos de tu coche, la memoria de tu smartphone, tus seiscientos trece amigos virtuales, los goles del partido.
La dignidad se pasa por el forro el simbolito que decora tu camisa, el sexto cero de tu cuenta bancaria, tu casita de verano, tu escapada del finde, tu currículum de polvos.
A veces la dignidad se esconde en el fondo de los vasos, en las tripas de una jeringa, en una bala. A veces grita como un ogro y se desgañita por orgullo. A veces es silente y astuta. A veces aprieta los puños hasta que sangra de cólera. A veces, muere de impaciencia.
Cuando la esperanza es lo primero que se pierde, no voy a dejar que se lleve consigo mi dignidad.
Que esa maldita cosa es imprescindible.
Y el resto, no.
domingo, 23 de marzo de 2014
miércoles, 19 de marzo de 2014
McQueen
Una tarde de noviembre de hace mil doscientos años el señor McQueen se transformó en una gota de agua mientras se afeitaba y se filtró a través del suelo de su cuarto de baño atravesando el planeta de lado a lado en el tiempo que tardaba en canturrear el primer soul de la historia. De nuevo en la superficie tropezó con una caña de bambú y se cayó a un charco donde fue sorbido por un caimán de tres metros de longitud cuyo vigésimo séptimo descendiente sería usado para fabricar el bolso estrella que una vieja loca de Manhattan le encargaría a su marido para seguir aparentando una fortuna que perdería en dos meses de alcohol y tragaperras. El señor McQueen esperó hasta que el caimán se zambulló para deslizarse a través de uno de sus poros y dejarse arrastrar por la corriente de un río que siglos después tendría un color cobrizo debido a compuestos químicos que activarían la mutación de uno de los genes de un chaval llamado Lucas, al que sus padres le practicarían la eutanasia a los 7 años en vista de que le iba a ser muy complicado llevar una vida digna con tres narices y un tercer brazo pegado en la frente. Disfrutó del viaje en río como si de un tobogán se tratase y por fin llegó al mar, donde conoció a una bellísima molécula salada con la que tuvo trescientos billones de dulces hijos que una vez alcanzaron la mayoría de edad tuvieron que emigrar a otro océano en busca de un trabajo honrado para su condición acuática, al mismo tiempo que el señor McQueen se dejaba desintegrar por el Sol y se evaporaba hacia el cielo. Sin pedir permiso se adhirió a un gigantesco cumulonimbo que palpitaba como un corazón excitado a punto de estallar en mil desengaños y entabló amistad con un sicario de acento exótico que tenía un plan para salvar el mundo en caso de emergencia, sin saber que su sueldo había sido abonado íntegramente por un magnate petrolero del año 2038 a través de un agujero en el tiempo. Cuando creyó oportuno el sicario se arrojó al vacío acompañado de una legión de fanáticos y devastaron campos de cultivo al noreste de Nueva Delhi, donde un poblado que subsistía a base de arroz y trigo tuvo que ingeniárselas para alimentarse de arena y hojas de morera hasta que un sultán les prometió amparo a cambio de sumisión perpetua. El señor McQueen pensó que definitivamente él tenía otro motivo así que reclutó un ejército de gotas de agua dispuestas a acabar con aquello antes de que se fuera todo a la mierda, y se dejó maquillar por nuevos rayos de luz en los segundos previos a ser expulsado al ritmo de un trueno que rugió como una espléndida percusión de orquesta.
Y entonces llovió, llovió, llovió, inflamado de amor propio, y gritó a sus compañeros que no abrieran el paracaídas, ni acataran ser un simple número en la lista, ni agacharan la cabeza, y gritó que todos eran poderosos, que cualquiera de ellos bastaría para colmar el vaso. Y llovió, llovió, y llovió la tormenta perfecta en las favelas brasileñas llenando cántaros de oro líquido, y en las calles de Nueva Orleans, donde un grupo de niños negros que tocaban el saxofón descalzos comenzaron a bailar al son de las gotas estrellándose contra el suelo, y ningún gaznate se pudrió de sed, y ninguna tierra murió árida y abandonada, y los gélidos ventanales de lo que un día sería Madrid fotografiaron el momento.
Y entonces llovió, llovió, llovió, inflamado de amor propio, y gritó a sus compañeros que no abrieran el paracaídas, ni acataran ser un simple número en la lista, ni agacharan la cabeza, y gritó que todos eran poderosos, que cualquiera de ellos bastaría para colmar el vaso. Y llovió, llovió, y llovió la tormenta perfecta en las favelas brasileñas llenando cántaros de oro líquido, y en las calles de Nueva Orleans, donde un grupo de niños negros que tocaban el saxofón descalzos comenzaron a bailar al son de las gotas estrellándose contra el suelo, y ningún gaznate se pudrió de sed, y ninguna tierra murió árida y abandonada, y los gélidos ventanales de lo que un día sería Madrid fotografiaron el momento.
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Relatos para el insomnio
jueves, 13 de marzo de 2014
Mentiras pasajeras
No es verdad que un plan de vuelo sea exacto y riguroso, ni que el clima condicione el recorrido del trayecto... No es verdad que lo directo sea un viaje sin escalas, ni que un reloj sea el que imponga el compás de nuestro horario... Lo único real entre un origen y un destino es que tus rizos, aguarden mi llegada al otro lado...
No es verdad que una ruta programada sea cómoda y sencilla, ni que el ritmo de la marcha determine el pedigrí de las visitas... No es veraz la maravilla low cost de los anuncios, ni el camino embotellado que pregonan las agencias... Lo fascinante de un proyecto es descubrir en cada paso, nuevos rincones por tu cuerpo...
No son ciertas las imágenes que decoran los panfletos, ni las vistas deslumbrantes que se ven en propagandas... La mitad de las historias que nos cuentan son mentira, como el doble de lugares que prometen conquistarnos... El auténtico reclamo de turistas es el brillo, que despierta la mañana en tus pupilas...
No es certero el cálculo de veces que paseas por mis versos, ni el salvaje territorio que me aleja de tu rastro... No me creo que el peaje de tu ida sea tan caro, ni el prohibido condenarte al después del calendario... Lo realmente incontestable es el abuso de distancia, que distancia tus bocados...
No es exacto el fotograma que se tiene de un recuerdo, ni la suma de las pausas que componen nuestro rumbo... No me trago que el mejor itinerario sea el que dictan en los libros, ni que el mundo no te quepa en el bolsillo si te empeñas... El único escenario que contemplo es todo aquel, que fabricas con tus sueños cuando sueñas…
No es verdad que una ruta programada sea cómoda y sencilla, ni que el ritmo de la marcha determine el pedigrí de las visitas... No es veraz la maravilla low cost de los anuncios, ni el camino embotellado que pregonan las agencias... Lo fascinante de un proyecto es descubrir en cada paso, nuevos rincones por tu cuerpo...
No son ciertas las imágenes que decoran los panfletos, ni las vistas deslumbrantes que se ven en propagandas... La mitad de las historias que nos cuentan son mentira, como el doble de lugares que prometen conquistarnos... El auténtico reclamo de turistas es el brillo, que despierta la mañana en tus pupilas...
No es certero el cálculo de veces que paseas por mis versos, ni el salvaje territorio que me aleja de tu rastro... No me creo que el peaje de tu ida sea tan caro, ni el prohibido condenarte al después del calendario... Lo realmente incontestable es el abuso de distancia, que distancia tus bocados...
No es exacto el fotograma que se tiene de un recuerdo, ni la suma de las pausas que componen nuestro rumbo... No me trago que el mejor itinerario sea el que dictan en los libros, ni que el mundo no te quepa en el bolsillo si te empeñas... El único escenario que contemplo es todo aquel, que fabricas con tus sueños cuando sueñas…
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