miércoles, 29 de agosto de 2012

Amanda encontró trabajo a los 27 años

Y podría cantar una nana y dormir a la pequeña hija de puta que lleva dentro como un embrión de Satanás, porque despierta no hace otra cosa que estorbar y recordarle lo que antes no estorbaba.

Aunque no es para tanto, total, los músculos de su cara ya se olvidaron de reír y de llorar, y solo ama lo que estuvo y menosprecia todo aquello que estará, sin esforzarse demasiado desde el yermo de su esquina.

No suena mal.

Al menos no sonaba mal en el momento en que se presentó acicalándose la melena y cogiendo el mejor asiento de la sala para disfrutar del espectáculo de ver, hasta dónde es capaz de degradarse un ser humano. No sonaba mal, porque aquella dama prometía ser la droga emocional definitiva, la más dura, la menos destructiva, el perfecto bonus track del disco superventas que arrasaba en el mercado, toda una vida rebosante de electrizantes orgasmos porcinos, la tentación implacable del olimpo de los dioses, la bendita eutanasia de su feroz amargura.

Pero la esperanza, esa zorra mentirosa y pretenciosa sin escrúpulos, es lo siguiente que perdió; se marchó por donde vino acicalándose la melena.

Y ahora no ve luz al final del túnel. No ve ni el túnel. Y a veces piensa que ni siquiera ve nada en concreto más que pollas con ojillos diminutos, y un sucedáneo de placer en el fondo de los vasos.

Solo había que esperar.

Pero a qué, nena, a qué.

¿A que te florezca un trébol de cuatro hojas entre las piernas?

Ah, era tan maravillosa esa sensación de sentirse querida…

Parece que fue hace un millón de años.

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