- ¿Ni siquiera eres capaz de mirarme a la cara?
- ¿Para qué? Si ya te conozco.
- Para que al menos parezcas sincero cuando hablas conmigo.
- No es una cuestión de honestidad, sino de comodidad. Y ahora mismo estoy más cómodo con la mirada puesta en la pantalla de mi ordenador.
- No seas bobo.
- Y tú no seas pesada, porque tampoco quiero escucharte más de lo que ya lo he hecho.
- No lo creo… ¿te acuerdas cuando nos colamos en aquella urbanización de niños ricos? Te tiraste desnudo a la piscina y te sacudiste el agua como un perro empapado…
- Lo sé, la tenía como un cacahuete. Es que tenía frío.
- … y después nos tumbamos en el césped, mirando las estrellas. Recuerdo que hiciste una almohada con nuestras camisetas y que me querías tomar el pelo hablando de las constelaciones. ¡Te las inventaste todas! No podía parar de reírme.
- Te prometo que la de las dos tías montándoselo en un jacuzzi existe.
- … Aquella fue la primera vez que te vi sonreír.
- Eso fue porque ya había entrado en calor. Tuviste suerte de que ya me hubiera vuelto a poner los pantalones.
- Después, me miraste a los ojos y me dijiste que nunca te cansarías de escuchar mi voz. Y que no pasaría ni un solo día sin que me desearas las buenas noches.
- ¿Tantas copas había tomado antes?
- Eres tan terco… Te cuesta admitir que tienes sentimientos. Lo noté más tarde, de vuelta a casa. Dejaste la ternura en aquel trozo de césped. Durante un ratito, te despojaste de ese carácter agrio y punzante y te convertiste en un ser humano. Hasta que…
- Hasta que se me pasó la cogorza.
- …hasta que te dije que me estaba enamorando de ti.
- Qué raro. Juraría que dijiste exactamente lo contrario.
- No, no dije lo contrario. Dije que me estaba enamorando de ti, pero que no quería. Porque podríamos hacernos daño.
- ¿Crees que soy tan violento en la cama?
- Creo que tienes esa capacidad innata para dejar huella. Y sabes que es tan endiabladamente difícil de borrar que juegas con esa ventaja. Eres áspero e irritante, pero enganchas…
- … ¿No tienes nada mejor que hacer ahora mismo que estar ahí de pie, intentando en vano que te preste atención?
- Sabes… me da igual que tengas ese instinto de supervivencia. O esa manía de huir de los cambios y afrontar que quizás el problema seas tú. Porque siempre podremos ser amigos.
- … Eso es, precisamente, lo último que quiero que seamos.
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