Una paleta de colores donde escoger tu preferido. Un lienzo abarrotado de tus trazos. El pedazo de la alfombra que calienta nuestros pies descalzos. El frío acumulado en las cruces del calendario. El árido vacío entre tu colchón y el mío.
La intimidad de la viuda de una página en blanco. El envoltorio del dulce despertar a tu lado. El trozo de cielo que perfila tu cintura. La sombra de tus manos en mi escritorio. Los posos del café del mediodía. La manía de perderme entre los bucles de tu pelo.
El brillo al sol de tus pupilas. Las arrugas que dibuja la mañana en nuestras sábanas. El perfume atrapado entre las fibras de tu almohada. El murmullo del roce de tus piernas. Tú, desnuda, a la luz de las velas. Yo, sin ropa, enfrente tuyo.
El mapa que en tu piel dibujan los lunares. La milésima de segundo previa a citarme con tu boca. La huella de tus labios en los vasos. El trayecto de tu cuello hacia el ombligo. La silueta de tu espalda en el espejo. La pausa del tictac de tus latidos.
Todo ello es lo que veo en el reflejo de tus ojos…
Dime… ¿qué ves tú en los míos…?
sábado, 25 de septiembre de 2010
lunes, 20 de septiembre de 2010
En cueros...
- ¿Ni siquiera eres capaz de mirarme a la cara?
- ¿Para qué? Si ya te conozco.
- Para que al menos parezcas sincero cuando hablas conmigo.
- No es una cuestión de honestidad, sino de comodidad. Y ahora mismo estoy más cómodo con la mirada puesta en la pantalla de mi ordenador.
- No seas bobo.
- Y tú no seas pesada, porque tampoco quiero escucharte más de lo que ya lo he hecho.
- No lo creo… ¿te acuerdas cuando nos colamos en aquella urbanización de niños ricos? Te tiraste desnudo a la piscina y te sacudiste el agua como un perro empapado…
- Lo sé, la tenía como un cacahuete. Es que tenía frío.
- … y después nos tumbamos en el césped, mirando las estrellas. Recuerdo que hiciste una almohada con nuestras camisetas y que me querías tomar el pelo hablando de las constelaciones. ¡Te las inventaste todas! No podía parar de reírme.
- Te prometo que la de las dos tías montándoselo en un jacuzzi existe.
- … Aquella fue la primera vez que te vi sonreír.
- Eso fue porque ya había entrado en calor. Tuviste suerte de que ya me hubiera vuelto a poner los pantalones.
- Después, me miraste a los ojos y me dijiste que nunca te cansarías de escuchar mi voz. Y que no pasaría ni un solo día sin que me desearas las buenas noches.
- ¿Tantas copas había tomado antes?
- Eres tan terco… Te cuesta admitir que tienes sentimientos. Lo noté más tarde, de vuelta a casa. Dejaste la ternura en aquel trozo de césped. Durante un ratito, te despojaste de ese carácter agrio y punzante y te convertiste en un ser humano. Hasta que…
- Hasta que se me pasó la cogorza.
- …hasta que te dije que me estaba enamorando de ti.
- Qué raro. Juraría que dijiste exactamente lo contrario.
- No, no dije lo contrario. Dije que me estaba enamorando de ti, pero que no quería. Porque podríamos hacernos daño.
- ¿Crees que soy tan violento en la cama?
- Creo que tienes esa capacidad innata para dejar huella. Y sabes que es tan endiabladamente difícil de borrar que juegas con esa ventaja. Eres áspero e irritante, pero enganchas…
- … ¿No tienes nada mejor que hacer ahora mismo que estar ahí de pie, intentando en vano que te preste atención?
- Sabes… me da igual que tengas ese instinto de supervivencia. O esa manía de huir de los cambios y afrontar que quizás el problema seas tú. Porque siempre podremos ser amigos.
- … Eso es, precisamente, lo último que quiero que seamos.
- ¿Para qué? Si ya te conozco.
- Para que al menos parezcas sincero cuando hablas conmigo.
- No es una cuestión de honestidad, sino de comodidad. Y ahora mismo estoy más cómodo con la mirada puesta en la pantalla de mi ordenador.
- No seas bobo.
- Y tú no seas pesada, porque tampoco quiero escucharte más de lo que ya lo he hecho.
- No lo creo… ¿te acuerdas cuando nos colamos en aquella urbanización de niños ricos? Te tiraste desnudo a la piscina y te sacudiste el agua como un perro empapado…
- Lo sé, la tenía como un cacahuete. Es que tenía frío.
- … y después nos tumbamos en el césped, mirando las estrellas. Recuerdo que hiciste una almohada con nuestras camisetas y que me querías tomar el pelo hablando de las constelaciones. ¡Te las inventaste todas! No podía parar de reírme.
- Te prometo que la de las dos tías montándoselo en un jacuzzi existe.
- … Aquella fue la primera vez que te vi sonreír.
- Eso fue porque ya había entrado en calor. Tuviste suerte de que ya me hubiera vuelto a poner los pantalones.
- Después, me miraste a los ojos y me dijiste que nunca te cansarías de escuchar mi voz. Y que no pasaría ni un solo día sin que me desearas las buenas noches.
- ¿Tantas copas había tomado antes?
- Eres tan terco… Te cuesta admitir que tienes sentimientos. Lo noté más tarde, de vuelta a casa. Dejaste la ternura en aquel trozo de césped. Durante un ratito, te despojaste de ese carácter agrio y punzante y te convertiste en un ser humano. Hasta que…
- Hasta que se me pasó la cogorza.
- …hasta que te dije que me estaba enamorando de ti.
- Qué raro. Juraría que dijiste exactamente lo contrario.
- No, no dije lo contrario. Dije que me estaba enamorando de ti, pero que no quería. Porque podríamos hacernos daño.
- ¿Crees que soy tan violento en la cama?
- Creo que tienes esa capacidad innata para dejar huella. Y sabes que es tan endiabladamente difícil de borrar que juegas con esa ventaja. Eres áspero e irritante, pero enganchas…
- … ¿No tienes nada mejor que hacer ahora mismo que estar ahí de pie, intentando en vano que te preste atención?
- Sabes… me da igual que tengas ese instinto de supervivencia. O esa manía de huir de los cambios y afrontar que quizás el problema seas tú. Porque siempre podremos ser amigos.
- … Eso es, precisamente, lo último que quiero que seamos.
Prescripciones:
Analgésicos de amplio espectro,
Jarabes para el desamor
sábado, 18 de septiembre de 2010
La dirección correcta...
Las razones, en ocasiones, pueden volar en distintas direcciones con sólo observar la realidad…
…desde dentro.
“Qué elegante estás con tus luces. Qué porte y qué hombría. Tú, vosotros, ahí, tan cerca de esa mala bestia, cruel, cornuda y despiadada. Qué valentía. Qué señorial y qué arte. Vamos, haz que tu enemigo caiga de bruces contra el suelo. Vamos, yergue ese capote tan bien planchado para la ocasión. Ha llegado el momento de ensuciarlo y teñirlo de rojo bermellón. Llama a tu caballero defensor, que te ayude con su lanza medieval y su corcel domesticado. Vamos, baila al son del compás de los aplausos. Venga, un matador debe cumplir con su cometido. Que se unan los que portan los puñales con banderas. Que le den un poco de color y olor a carne desgarrada al festejo. Déjate llevar y que te salpique el fulgor de la batalla. Acalla esas voces tan molestas que no digieren tu admirable profesión. Ríete de tu enemigo. Humíllale delante de toda esta gente. Desángrale. Véncele. Mutílale. Es tu momento, agarra la muleta y no cojees. No titubees. No tiembles. No seas cobarde, sé un hombre. Vamos, aférrate a ese estoque y atraviesa sus ventrículos y aurículas. Destrózale el corazón. Qué cojones haces, sigue agonizando, sigue retándote, ¿no lo ves en sus ojos encendidos e inyectados en sangre? No permitas que te provoque. Taládrale la nuca con tu hermosa puntilla. Perfórale. Eso es, eso es lo que quería ver, esa lengua inerte caída sobre la arena. Se me pone la carne de gallina con la pañolada que te dedican. Estalla la ovación de tus forofos. Llueven los piropos mientras exhibes tus trofeos cercenados. Te has ganado mi respeto. Tu coraje es… absolutamente… fascinante.”
…desde fuera.
“Qué jodidamente ridículo estás con eso puesto. Qué insignificante pareces a la vera del que llamas tu adversario. Venga, si tanto quieres sacar pecho, desnúdate y lucha al descubierto. De tú a tú contra el monstruo. Sin armas, sin ayudas arbitrales, carente de parafernalia que te dispare el ego. Muéstrate tal como eres. Ahí postrado, tienes el poder de un semidiós mercenario. Pero… ¿estás ciego? No eres nadie. No eres un gladiador romano. No eres ningún héroe con poderes especiales. Ahí, delante de todos esos sádicos ignorantes. Esos, que comparan tus verónicas con los cuadros de Velázquez. Esos, que se ríen entre polvo y berridos. Tantos circuitos neuronales, tanto ser humano, y sin embargo, reúnen entre todos el mismo juicio que lo que al animal le sale del culo. Ahí le tienes, monta tu particular espectáculo. Llama a tus compañeros de reparto para amenizar la función. Ya está toda la cuadrilla en el campo, juguemos el partido. Vaya, pero parece que vas perdiendo la batalla. ¿Qué tal la experiencia de volar por los aires? ¿Cómo fueron esos segunditos convertido en un pelele? Mantente recio, valiente. Estás saliendo por la tele y decepcionas a tus fieles. No des la voz de alarma, no dejes que te abracen y te escolten. Aguanta. Sufre. Desángrate. Jódete con orgullo, como tu enemigo. ¿No querías demostrar que tus artísticas dotes son supremas? Cojea. Vomita. Ahógate en tus propios fluidos. Das vergüenza ajena. Eres el paradigma de una doctrina abyecta y podrida. Me das lástima. Recréate en tu propia sangre porque es lo que mereces. Porque tú mismo lo has buscado. Por eso, prefiero ser un “progre”, un “pacifista” y un “vegetariano”, y demás bufonadas con las que te defiendes. Y tus víctimas, ten por seguro que preferirían no vivir a tener que morir en tus manos.”
…pero, simplemente, con reflejar sin un ápice de hipocresía esta puta paradoja, la dirección correcta es más lógica de lo que parece…
…desde dentro.
“Qué elegante estás con tus luces. Qué porte y qué hombría. Tú, vosotros, ahí, tan cerca de esa mala bestia, cruel, cornuda y despiadada. Qué valentía. Qué señorial y qué arte. Vamos, haz que tu enemigo caiga de bruces contra el suelo. Vamos, yergue ese capote tan bien planchado para la ocasión. Ha llegado el momento de ensuciarlo y teñirlo de rojo bermellón. Llama a tu caballero defensor, que te ayude con su lanza medieval y su corcel domesticado. Vamos, baila al son del compás de los aplausos. Venga, un matador debe cumplir con su cometido. Que se unan los que portan los puñales con banderas. Que le den un poco de color y olor a carne desgarrada al festejo. Déjate llevar y que te salpique el fulgor de la batalla. Acalla esas voces tan molestas que no digieren tu admirable profesión. Ríete de tu enemigo. Humíllale delante de toda esta gente. Desángrale. Véncele. Mutílale. Es tu momento, agarra la muleta y no cojees. No titubees. No tiembles. No seas cobarde, sé un hombre. Vamos, aférrate a ese estoque y atraviesa sus ventrículos y aurículas. Destrózale el corazón. Qué cojones haces, sigue agonizando, sigue retándote, ¿no lo ves en sus ojos encendidos e inyectados en sangre? No permitas que te provoque. Taládrale la nuca con tu hermosa puntilla. Perfórale. Eso es, eso es lo que quería ver, esa lengua inerte caída sobre la arena. Se me pone la carne de gallina con la pañolada que te dedican. Estalla la ovación de tus forofos. Llueven los piropos mientras exhibes tus trofeos cercenados. Te has ganado mi respeto. Tu coraje es… absolutamente… fascinante.”
…desde fuera.
“Qué jodidamente ridículo estás con eso puesto. Qué insignificante pareces a la vera del que llamas tu adversario. Venga, si tanto quieres sacar pecho, desnúdate y lucha al descubierto. De tú a tú contra el monstruo. Sin armas, sin ayudas arbitrales, carente de parafernalia que te dispare el ego. Muéstrate tal como eres. Ahí postrado, tienes el poder de un semidiós mercenario. Pero… ¿estás ciego? No eres nadie. No eres un gladiador romano. No eres ningún héroe con poderes especiales. Ahí, delante de todos esos sádicos ignorantes. Esos, que comparan tus verónicas con los cuadros de Velázquez. Esos, que se ríen entre polvo y berridos. Tantos circuitos neuronales, tanto ser humano, y sin embargo, reúnen entre todos el mismo juicio que lo que al animal le sale del culo. Ahí le tienes, monta tu particular espectáculo. Llama a tus compañeros de reparto para amenizar la función. Ya está toda la cuadrilla en el campo, juguemos el partido. Vaya, pero parece que vas perdiendo la batalla. ¿Qué tal la experiencia de volar por los aires? ¿Cómo fueron esos segunditos convertido en un pelele? Mantente recio, valiente. Estás saliendo por la tele y decepcionas a tus fieles. No des la voz de alarma, no dejes que te abracen y te escolten. Aguanta. Sufre. Desángrate. Jódete con orgullo, como tu enemigo. ¿No querías demostrar que tus artísticas dotes son supremas? Cojea. Vomita. Ahógate en tus propios fluidos. Das vergüenza ajena. Eres el paradigma de una doctrina abyecta y podrida. Me das lástima. Recréate en tu propia sangre porque es lo que mereces. Porque tú mismo lo has buscado. Por eso, prefiero ser un “progre”, un “pacifista” y un “vegetariano”, y demás bufonadas con las que te defiendes. Y tus víctimas, ten por seguro que preferirían no vivir a tener que morir en tus manos.”
…pero, simplemente, con reflejar sin un ápice de hipocresía esta puta paradoja, la dirección correcta es más lógica de lo que parece…
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