miércoles, 9 de julio de 2008

Estrógenos

La especie femenina siempre ha sabido sobrevivir a su entorno. Ya fuera por debilidad de sus adversarios como por picardía propia, lo mismo da, el fin siempre justifica los medios. Y es que ellas se esconden y golpean como un púgil novato, tímido con los puños pero sorprendente en sus estrategias. No es fácil cansar al otro y vencer en la batalla psicológica, cuando el público bosteza, cuando el árbitro no mira, cuando se va la luz en el cuadrilátero. Cuando menos te lo esperas.

Digamos que sus armas son las mismas que las del mosquito. Un puñal y un zumbido. El zumbido avisa de que viene, pero el picotazo siempre molesta después. La picadura no acepta paliativos y no distingue de víctimas, no importa cuánto logres evitarla, siempre llega alguna. Y será cuando esa mosquito quiera, no cuando estemos con el insecticida preparado. Es prácticamente imposible salir airoso de un encontronazo con una de ellas, porque sus artimañas para la supervivencia son dignas de elogio.

Debe ser algo de los estrógenos lo que nos hace a los hombres seres inferiores. Por fuerza de voluntad, por dejarnos llevar por la corriente, por nadar contra ella, por buscar demasiadas excusas cuando los mosquitos no las toleran. Ellos vuelan y atacan unilateralmente, no necesitan huestes ni peones para vencer. Hay que emular su astucia y actuar pensando en el siguiente movimiento, sin preocuparse del qué dirán, del cuándo lo dirán, del porqué.

Son tantas las razones por las que nos acabaremos extinguiendo, sexuales o no, que me he construido mi propia trinchera de papel, me convertiré en un auténtico ermitaño de las letras. Siempre he dicho que el ser humano se encuentra en un proceso gradual de desaparición, y no me equivocaba: Los mosquitos dominarán el universo.

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