En medio de la algarabía popular por los éxitos del deporte español, las mentes inquietas nos planteamos una serie de dudas existenciales. ¿Formará esto parte de alguna estratagema política para unir al país? ¿Por qué dice más de uno que gritar el vivaespaña está sólo bien visto en los periodos de bonanza deportiva? ¿Cuándo es la fecha de caducidad del lema Podemos? ¿Se regenerará la economía por estos triunfos? Son muchas las preguntas y variopintas las respuestas, aunque por suerte a la mayoría no interesan demasiado.
Desgraciadamente, la vida nos envuelve con sus ciclos. Los que perdieron la memoria por golpe, despiste o falta de ganas, ya no recuerdan aquellos momentos de crítica general, donde la lluvia de insultos ahogaba a los que hoy son ídolos de masas. Ayer eran un atajo de inútiles, una panda de vagos y maleantes, un grupillo de acabaos. Resulta curioso comprobar hasta dónde llega la bajada de pantalones de la afición, tan aburrida de los fracasos que un solo triunfo mitifica a los repudiados.
Pero resulta aún más cómico que nadie se haya dado cuenta de este asunto, o que nadie haya querido resaltarlo, todo es posible, el espanto ya no me duele. Ni hace un año eran tan malos ni hoy son tan buenos. Ahora las encuestas corroboran este giro brusco de opinión. Nuestra selección de fútbol ahora derrocha magia, sienten la roja con una pasión envidiable, juegan como un bloque unido y compacto, se merecen lo que cobran… en fin, todas esas cosas que censurábamos de los jugadores y que hoy se han transformado por completo.
Pero la metamorfosis es un proceso lento y costoso, y requiere un mimo demasiado especial como para tomárselo a la ligera. Racha magnífica, época dorada, sí, lo que quieran, pero nada es eterno. Los que sí deben ser constantes son los baremos a la hora de juzgar.
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