sábado, 15 de octubre de 2016

Flores en Chernóbil

Como trapecistas en la delgada línea roja
a un lado de la Metro-Goldwyn-Mayer
y al otro de un campo plagado de minas, antipersona non grata
en esta parte del edén
donde se escucha el solo de saxofón, ahí
donde se baila descalzo.
Como el contrabando de diamantes de sangre
brillantes y manchados
enriqueciéndonos de gloria a costa de llenar con ruinas
nuestras arterias.
Tan onda expansiva de asteroide a punto de
acabar con todo y empezar con todo
al mismo tiempo.
Tan burla de lo recto, tan curva peligrosa
a balazos de amor en piso franco, a embestidas contra
niebla y luces de neón
fuegos artificiales de una feria de verano
de pólvora y manzanas de caramelo
de los de “¿ya se han terminado? con lo bonitos que son
mira, ésta es la traca final.
Ah, pues no”.
Como volar a ras de suelo.
Como la Highway to Hell.
Con lo que nos gusta empaparnos de lluvia ácida y pisar los charcos
y sin embargo
nos ahogamos en vasos de agua
pero es un poco complicado nadar, dicen, con una piedra de molino
atada al cuello.
Tan gorrión y medicina, tan novatos
que nunca acaban lo que empiezan, tan jardines
en ojos vagos y marchitos, tan dolby sorround cero punto cero
tan a gritos en silencio, tan escasos
de fe y desobediencia, tan hormigas
en un mundo de hormigón armado,
tan burros persiguiendo zanahorias.
Estar a punto de despellejarnos y tener la osadía
de devorarnos la piel a tiras.
Como la cuenta atrás desde Cabo Cañaveral
despegando y estallando en las nubes
“Houston, no se preocupe, no tenemos ningún problema
lo que pasa es que somos idiotas
y le hemos dado al botoncito rojo sin querer”.
Como vinagre en almíbar.
Como flores en Chernóbil.
A tientas buscando el interruptor, a bandazos
como borrachos de éxito
sin saber, todavía
-ilustres ignorantes-
que el futuro
está en nuestras cicatrices.

sábado, 16 de julio de 2016

Buscando a Mariano

Te acuerdas Nemo, de aquellos tiempos negros en los que no dormías tranquilamente. Te acuerdas que pensabas que iban a robarte los sueños en cualquier momento. Que era lo único que les quedaba por arrebatarte. Y lo peor de todo, que cuando luchabas por ellos, por el gigantesco derecho a soñar, te hacían creer que no eras más que un minúsculo e insignificante pez payaso.

¿Te acuerdas, Nemo? Eran los tiempos del naufragio. En este mundo submarino no brillaban la honradez ni la justicia. Era un mundo sucio y contaminado disfrazado de paraíso. Azul por fuera, marrón mierda por dentro. Salías a dar una vueltecita por cualquier corriente marina y al volver a casa, sorpresa. Un nuevo cachalote se había cagado en la ciudad. Miedo y asco en el arrecife.

Qué pena hijo, qué dolor. Cuánto sufríamos en silencio. Y daba igual que un día reventaras, tuvieras ganas de gritar y te partieras las aletas peleando por un lugar mejor. ¿Es que no recuerdas que te prohibieron quejarte en voz alta? ¿Que amordazaron tus protestas? Había que escuchar, acatar y callar. Cualquier otra sucesión de acontecimientos fuera de ese orden se consideraba desorden, anarquía, caos.

El terror, mi pequeño. El terror en los tiempos del cólera. Pero eso era lo que nos querían meter por los poros. Que estábamos a su merced. Pero aquí dentro latía la rabia hijo mío. Enchufábamos TeleCoral, abríamos cualquier periódico de Villa Oceánica, y en todas partes encontrábamos peces que se habían reído en nuestra cara. ¡En nuestra cara, Nemo! ¿No te acuerdas de su fanfarronería? Había uno que hasta le grabaron vía acuática contando las perlas a miles. Y otro en Villa Levantina que se mofaba de la credulidad de sus votantes.

Bueno, lo de Villa Levantina y Centro Turquesa fue para mear y no echar gota. Nadie se libraba de un caso cercano de especulación y fraude. Saqueos en diferido. Ladrones, viciosos, conspiradores en la sombra. Menudas agallas tenían. Eso sí, el estupendo caloret marítimo y los trajes de escamas a medida que no falten. Si iban a chotearse, lo hacían con elegancia.

Te lo dije hace tiempo, Nemo. Nos querían tontos, enfermos y desinformados. Pero es que además nos querían deprimidos y cobardes. Y seguro que te diste cuenta, porque ya eras mayor y lo veías con tus propios ojos. Vamos, que yo sí recuerdo haberte visto protestar, patalear y golpearte en el pecho proclamando tu orgullo, tu dignidad. No me digas que tú no te acuerdas de lo que es eso.

Por favor, Nemo, no me lo digas. Aunque sea miénteme para hacer feliz a un pobre pez desmemoriado como yo. Que aquí abajo ya hay suficientes peces payaso que no recuerdan nada.

Y de paso, recuerda que no eres tan insignificante como te hicieron creer.

viernes, 1 de abril de 2016

Sinfonía capital número 31


La lujuria me educó en el sabio proverbio del más vale calidad que cantidad.

Al orgullo le invoco cuando me sale de los huevos. Y si no, me lo paso por el forro de los mismos.

La pereza me enseñó que...

La ira es una hija de la gran puta desgraciada con tal grado de minusvalía mental que es capaz de derribar la más fuerte y sensata de las razones. Pero algunas razones la necesitan para engordar lo justo como para ser fuertes y sensatas.

...me enseñó que la juventud...

Cuando la codicia tenga el valor suficiente, dejará de ser codiciosa. Mientras tanto seguirá siendo la maestra más odiada de la clase.

Seguro que la envidia está rabiando un puñao de verme satisfecho con mi reino. Tan inmensamente grande, que está gobernado por pequeños detalles.

...que la juventud no se debe posponer en el tiempo.

Y la gula me instruyó en el buen arte de besarte, mordisquearte, masticarte, pastarte, devorarte, desayunarte, almorzarte, cenarte, pero nunca nunca nunca, joder, nunca, aunque esté a punto de reventar... nunca ayunarte.

Porque todos los pecados tienen algo que ofrecer.
Excepto el peor de todos ellos:
No mirar siempre hacia delante.

jueves, 4 de febrero de 2016

24 de enero


Tenías veintitantos y decidiste secuestrar al sol
para esconderlo en tu sonrisa.
Con un chasquido de dedos cruzabas cualquier camino sembrado de sueños
la jungla del invierno
venciendo los tiempos del espejismo y la incertidumbre
sin un gramo de cordura que llevarte a la boca
y bebiendo del mar en el asfalto
como si el mundo no tuviera nada más que hacer
excepto inclinarse.

Tenías veintitontos y por entonces nunca llovía
pero cada gota de escalofrío
descargaba una tormenta de esperanza.
Convirtiendo cada paisaje en un lienzo donde a brochazos de vida
estampabas tus huellas
donde a migajas de pan
alimentabas horizontes
que tan cerca estábamos de huirnos y tan lejos
de perdernos
cuando los ojos se buscaban con las pupilas sin saber que se encontraban
con tu mirada.

Tenías veintitintos y era demasiado pronto para descansar
con un redoble en el pecho
marcando el ritmo del vals y el rock and roll
la primera semilla que germina en primavera
la certeza de un suicida
que se mata por una sola de tus plumas
a gritos devorando la revolución
a silencios levantando el vuelo
porque una caída nunca fue arrodillarse y agachar la belleza
de bailar en corrientes de aire.

Ahora, a tus veintitodos, has decidido acabar con las últimas barricadas
las puestas de luna
y latiendo
como un rascacielos recién pintado
como una estrella recién fugaz
coleccionando granos de arena
para fabricar
montañas de libertad.