Echa un vistazo a tu alrededor. Incontables libros polvorientos abandonados en salitas de estar, repisas oxidadas, dormitorios, bibliotecas, cajones sin fondo. Letras apiladas en palabras que creen cristalizar la verdad absoluta o presumen de dar forma a espléndidas historias, reales o no, pero que siempre invitan a dar rienda suelta al poder del hemisferio derecho.
Sigue observando. Tópicos arrojados a discreción desde el parapeto de bocas temblorosas, en permanente lucha por convencernos de qué es lo lógico y lo responsable. Lo bueno, lo malo, lo engañosamente comedido y lo políticamente incorrecto. Sé humilde para triunfar, cásate, planta un hijo, escribe un árbol, ten un libro. Cómprate ese pantalón con parches, aquella sudadera de rayas, es lo que se lleva. Nos vacunan con aforismos limpios y francos, descartando el éxito de tomar rutas paralelas. “Necio, que eso es equivocarse, que no habrá marcha atrás.”
Y en ese vago intento de fabricar quimeras y asfaltar caminos idílicos siempre queda el veredicto del ignorante, un recreo tan descortés que se atreve a caricaturizar la felicidad sin tener ni puta idea de cuál es su aspecto. Aunque el aire que se respira dentro de una burbuja parece desde dentro menos contaminado que el que nos envuelve.
Nos educan para huir de los extremos, nos enseñan a transformarnos en un cordero más y poder balar en armonía con el resto. Nos adiestran con alarmas y castigos que se disfrazan de consejos sabios y prudentes. Nos regalan los oídos con lo estupenda que es la vida, si vivimos ajustados al molde establecido.
Que no somos magdalenas. No venimos en bolsitas de doscientos gramos, ni nacimos fabricados en probetas. Somos lo que somos gracias al poder de decidir, de descubrir lo que más nos puede despertar un orgasmo sensorial o destruir por dentro.
Por eso, elijo equivocarme. Por el placer de llevar la contraria o, simplemente, porque lo que dicen que es lo correcto no funciona.
1 comentario:
Equivocarse mola
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