Crecemos.
Avanzamos, tan deprisa que ni atisbamos el camino.
Y pendemos, de los hilos que atrás ardieron en empeño.
Y flotamos, en las balsas que nos prestan nuestros años.
Quiero sentarme en el pupitre de mi cuarto los domingos. Y dibujar piterpanes en sus cuatro esquinas por las noches. Que mi nunca jamás se inunde de niños perdidos. Y que mañana sea otro día, sin más preocupaciones que la hora del rancho.
Quiero, a lo ancho y largo del planeta, un transporte gratuito de estudiantes. Quiero beber erasmus en copa de vino y rebujitos en los bares. El sabor de lo inmaduro en un sándwich con nocilla. Las obligaciones en el fondo de los vasos de cubata.
Quiero un folio y pluma ágil a diario en mi mesilla. Que me ayude a relatarme mis carencias, y me enseñe a corregirlas. Quiero ser aquel rockero que nunca muere. Quiero ser viejo lobo de mar sin barba blanca.
Quiero a Goku y a los Guardianes del espacio. Las artimañas de Mochilo y el salero de Gazpacho. Quiero ser el Sergio de la Juana enamorada. Quiero un Isidoro que acompañe a mis bizcochos.
Quiero una Dehesa de la Villa sin fecha de caducidad. Quiero al Ratón Pérez con chalet adosado a mi almohada. Quiero doscientos mil reyes magos más. No renovar en la vida el carné de identidad.
Y no me apetece crecer, me pido no aceptarlo. Llamaré a Brad Pitt y que me muestre el secreto de ser Benjamin Button. Acabaré en protozoo peludo, sesudo, huesudo, con el nudo de corbata y traje perfectamente acicalados. Y carnívoro devorador de sueños.
Quiero hacerlo bien, paso a paso, pero sin avances en los años.
Quiero ser…
eternamente joven.
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