Desde que Bram Stoker diera vida en su novela de 1897 al majestuoso conde Drácula, amo y señor de los vampiros, los chupasangre han pasado de ser únicamente mitos y cuentos populares a erigirse como algo más: las criaturas del mundo del terror por excelencia. Da igual quién o qué se les ponga por delante: hombres-lobo, humanos armados de metralla hasta los dientes, frankensteins… solamente las balas de plata y los rayos ultravioleta les enviaban definitivamente a la fosa. Y por desgracia, en el pueblecito de Alaska donde se desarrolla 30 Días de Oscuridad, la luz solar hiberna durante un mes y lo convierte en el escenario perfecto para la cacería de una manada de vampiros modernos y sedientos.
Y digo modernos porque en esta ocasión se olvidan de su cautela y secreto históricos y se convierten en asesinos despiadados, con colmillos afilados como puñales arábigos, tez mortecina al estilo Nosferatu y una dicción realmente escalofriante. Eso por no mencionar unos globos oculares inyectados de sangre y un olfato de auténtico sabueso depredador. Vamos, verdaderas máquinas de perforar cuellos. Atrás quedan la estupidez y el bailoteo de los ridículos currantes del bar La Teta Enroscada (¿alguien dijo alguna vez que los actores son lo más importante de una película?) o la excesiva humanidad de Entrevista con el Vampiro, aunque Dios me libre de meterme con esta última obra maestra. Se acabó el fingir, ahora van en serio.
Menos mal que aún nos queda el bueno de Josh Harnett, sheriff local, para enfrentarse a semejantes criaturas. En pocas horas, la aldea se convierte en una jaula mortal de donde no se puede escapar por la inexistencia de transporte y en donde es igual de difícil esconderse que ver a Harnett poniendo cara de espanto, enojo o disgusto. Suficiente actuación la de uno de los niños más mimados de Hollywood, que sin embargo deja entrever algunos fallos innatos que difícilmente podrá solventar. Aunque bueno, lo positivo de esto es que al menos no peca de sobreactuar.
El frío pasa y los vampiros no dejan de comerse a los lugareños, algunos de los cuales consiguen el enorme privilegio de convertirse en uno de ellos (¿a quién no le gustaría ser vampiro de mayor?). Harnett, impertérrito, saca la Smith&Wesson y guía a los sobrevivientes a través de la nieve y el temor general. El amor de nuestros amigos por los glóbulos rojos crece por momentos, así como los miembros de su macabro ejército. Ellos aumentan en número, los buenos disminuyen, ley intrínseca de toda película invasionista que se tercie.
Además estos vampiros hablan latín (o algo parecido a gemidos guturales) con un tono de voz rasgado de ultratumba que ciertamente impresiona. Oscuridad total durante 90 minutos, haciendo honor a su título, y grandes momentos de tensión, alguno de ellos indeleble (las niñas pálidas siempre me han acojonado). ¿Qué más se puede pedir? Bueno, yo pediría a Salma Hayek bailando con una pitón enroscada en la cadera y el muslamen, aunque sería mezclar demasiadas cosas. Ya tenemos aquí a Melissa George, amiganovia de Harnett en el film, que si no fuera por tanta prenda y anorak que lleva encima la devoraría yo mismo.
Y digo modernos porque en esta ocasión se olvidan de su cautela y secreto históricos y se convierten en asesinos despiadados, con colmillos afilados como puñales arábigos, tez mortecina al estilo Nosferatu y una dicción realmente escalofriante. Eso por no mencionar unos globos oculares inyectados de sangre y un olfato de auténtico sabueso depredador. Vamos, verdaderas máquinas de perforar cuellos. Atrás quedan la estupidez y el bailoteo de los ridículos currantes del bar La Teta Enroscada (¿alguien dijo alguna vez que los actores son lo más importante de una película?) o la excesiva humanidad de Entrevista con el Vampiro, aunque Dios me libre de meterme con esta última obra maestra. Se acabó el fingir, ahora van en serio.
Menos mal que aún nos queda el bueno de Josh Harnett, sheriff local, para enfrentarse a semejantes criaturas. En pocas horas, la aldea se convierte en una jaula mortal de donde no se puede escapar por la inexistencia de transporte y en donde es igual de difícil esconderse que ver a Harnett poniendo cara de espanto, enojo o disgusto. Suficiente actuación la de uno de los niños más mimados de Hollywood, que sin embargo deja entrever algunos fallos innatos que difícilmente podrá solventar. Aunque bueno, lo positivo de esto es que al menos no peca de sobreactuar.
El frío pasa y los vampiros no dejan de comerse a los lugareños, algunos de los cuales consiguen el enorme privilegio de convertirse en uno de ellos (¿a quién no le gustaría ser vampiro de mayor?). Harnett, impertérrito, saca la Smith&Wesson y guía a los sobrevivientes a través de la nieve y el temor general. El amor de nuestros amigos por los glóbulos rojos crece por momentos, así como los miembros de su macabro ejército. Ellos aumentan en número, los buenos disminuyen, ley intrínseca de toda película invasionista que se tercie.
Además estos vampiros hablan latín (o algo parecido a gemidos guturales) con un tono de voz rasgado de ultratumba que ciertamente impresiona. Oscuridad total durante 90 minutos, haciendo honor a su título, y grandes momentos de tensión, alguno de ellos indeleble (las niñas pálidas siempre me han acojonado). ¿Qué más se puede pedir? Bueno, yo pediría a Salma Hayek bailando con una pitón enroscada en la cadera y el muslamen, aunque sería mezclar demasiadas cosas. Ya tenemos aquí a Melissa George, amiganovia de Harnett en el film, que si no fuera por tanta prenda y anorak que lleva encima la devoraría yo mismo.
Buena película, original guión, constante angustia, gran maquillaje y terrible vampirismo. 30 días de oscuridad. Qué miedo.
2 comentarios:
Pero sta peli huele a magnifico continuamente o no¿ jajaja
1 abrazo puta q de akí a Cinemanía te kedan... 40 años lo menos jajaja
pa cuando una critica de "no es país pa' viejunos"?
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