Bienvenidos al celuloide de Tim Burton. Ese inefable planteamiento cinematográfico imposible de encajar en un sólo género, donde la originalidad no deja a nadie indiferente y la extravagancia es la tónica de sus productos. Sweeney Todd no podía convertirse en la excepción que confirma la regla, pues ya lo fue el abyecto remake de El planeta de los simios donde Helena Bonham Carter conoció al hoy su marido y desde luego auténtico álter ego, el propio Burton. Desde entonces han compartido cama, guiones, pasarelas de los Oscar y por supuesto, excentricidades. Recemos para que sus rarezas continúen impregnando sus menesteres.
Realmente no sé exactamente por dónde empezar a opinar sobre Sweeney Todd. Para calentar motores es necesario resaltar al bueno de Johnny Depp, un actor con alma de rockero que se convirtió en fetiche de Burton desde Eduardo Manostijeras, film que lo lanzó a la fama y al estrellato, que por separado no son lo mismo. Es Depp de esa clase de personas que convierte en oro todo lo que toca, ya sea por su espíritu de rey Midas o por sus maravillosas puestas en escena. Ya puede hacer de corsario loco (Piratas del Caribe), traficante de drogas (Blow), novelista esquizofrénico (La ventana secreta) e incluso interpretar un ratín a un adolescente desangrado por el mismísimo Freddy Krueger (Pesadilla en Elm Street), que siempre lo borda y deja a las muchachas enamoradas entre suspiros (e incluso a algún que otro hombre). A ello ayuda su estilo sobrio, elegante, ambicioso, peculiar y versátil. Demos gracias a Nicolas Cage de tenerle tras las pantallas, que le convenció para presentarse a un casting de la película de Wes Craven cuando en realidad Depp ya había orientado su vida hacia la música. De ahí su alma rockera. Y dicen que viejos rockeros nunca mueren.
En esta ocasión, el papel que desempeña no es otro que el del barbero diabólico de la calle Fleet, Sweeney Todd, basado en el musical del mismo nombre de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler. Cuenta la leyenda de un hombre injustamente encarcelado por un tiránico juez a finales del siglo XVIII, que pretendía arrebatarle como un capricho a su esposa e hija. Tras cumplir condena, Benjamin Barker cambia su nombre por el de Sweeney Todd y vuelve a su Londres natal ávido de venganza, donde no parará de rebanar cuellos hasta poder llegar al juez y desquitarse con sangre. En el retorno a su antigua barbería conocerá a Mrs Lovett (Bonham Carter), fracasada y manipuladora regente de un negocio de tartas, que le ayudará en su camino afeitando nueces. El toque clásico cargado de barroquidades monta los escenarios y los dota de una apariencia visual excelente, un regalo para la vista.
No será éste el único regalo y los oídos gozarán al compás de sus melodías fabulosamente cantadas. Lentas, rápidas, magníficos duetos, serenatas… son muchos los colores que dibujan sus ritmos y los convierten en auténticos desafíos para nuestra inconsciencia, que moverá nuestros labios para tararearlos animosamente. Es lo que tienen los musicales, los corazones estancados aún tenemos a Walt Disney por bandera y a Jack Skeleton por deidad de plastilina. Imborrable la oda de Todd a sus navajas de afeitar, así como la aparición estelar de Sacha Baron Cohen (el desternillante Ali G) canturreando con acento italiano.
A todo esto, la película no destaca precisamente por su variabilidad de estilo y peca de ser (quizás) excesivamente horizontal. Se suceden las canciones y la trama no evoluciona en absoluto, alcanzando las cotas más altas de entretenimiento en su inicio y al final, donde chocarán de golpe varias sorpresas. El segundo acto transcurre por un remanso de continuidad plana y, claro está, melódica. Aún así, me apuesto mis cómics de Goku a que nadie bostezará durante sus 2 horas de duración y más de uno se excitará, ya sea sexual o emocionalmente, con Johnny Depp o con Helena Bonham Carter, lo mismo da, lo importante es excitarse y no estar destemplado.
Es el celuloide de Burton el que se basa en recoger obras y transformarlas en maestras, en crear cajas de Pandora, donde aquel que las abra quedará permanentemente ligado a su gustillo personal y estrambótico. Tesoros, al fin y al cabo. Ahí nos quedan Beetlejuice, Batman, Mars Attacks!, Sleepy Hollow, Big Fish, Pesadilla antes de Navidad, La novia cadáver… son muchas las maravillas de Tim Burton, demasiado largas sus ramas como para esquivarlas. Recemos para que sigan creciendo.
Realmente no sé exactamente por dónde empezar a opinar sobre Sweeney Todd. Para calentar motores es necesario resaltar al bueno de Johnny Depp, un actor con alma de rockero que se convirtió en fetiche de Burton desde Eduardo Manostijeras, film que lo lanzó a la fama y al estrellato, que por separado no son lo mismo. Es Depp de esa clase de personas que convierte en oro todo lo que toca, ya sea por su espíritu de rey Midas o por sus maravillosas puestas en escena. Ya puede hacer de corsario loco (Piratas del Caribe), traficante de drogas (Blow), novelista esquizofrénico (La ventana secreta) e incluso interpretar un ratín a un adolescente desangrado por el mismísimo Freddy Krueger (Pesadilla en Elm Street), que siempre lo borda y deja a las muchachas enamoradas entre suspiros (e incluso a algún que otro hombre). A ello ayuda su estilo sobrio, elegante, ambicioso, peculiar y versátil. Demos gracias a Nicolas Cage de tenerle tras las pantallas, que le convenció para presentarse a un casting de la película de Wes Craven cuando en realidad Depp ya había orientado su vida hacia la música. De ahí su alma rockera. Y dicen que viejos rockeros nunca mueren.
En esta ocasión, el papel que desempeña no es otro que el del barbero diabólico de la calle Fleet, Sweeney Todd, basado en el musical del mismo nombre de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler. Cuenta la leyenda de un hombre injustamente encarcelado por un tiránico juez a finales del siglo XVIII, que pretendía arrebatarle como un capricho a su esposa e hija. Tras cumplir condena, Benjamin Barker cambia su nombre por el de Sweeney Todd y vuelve a su Londres natal ávido de venganza, donde no parará de rebanar cuellos hasta poder llegar al juez y desquitarse con sangre. En el retorno a su antigua barbería conocerá a Mrs Lovett (Bonham Carter), fracasada y manipuladora regente de un negocio de tartas, que le ayudará en su camino afeitando nueces. El toque clásico cargado de barroquidades monta los escenarios y los dota de una apariencia visual excelente, un regalo para la vista.
No será éste el único regalo y los oídos gozarán al compás de sus melodías fabulosamente cantadas. Lentas, rápidas, magníficos duetos, serenatas… son muchos los colores que dibujan sus ritmos y los convierten en auténticos desafíos para nuestra inconsciencia, que moverá nuestros labios para tararearlos animosamente. Es lo que tienen los musicales, los corazones estancados aún tenemos a Walt Disney por bandera y a Jack Skeleton por deidad de plastilina. Imborrable la oda de Todd a sus navajas de afeitar, así como la aparición estelar de Sacha Baron Cohen (el desternillante Ali G) canturreando con acento italiano.
A todo esto, la película no destaca precisamente por su variabilidad de estilo y peca de ser (quizás) excesivamente horizontal. Se suceden las canciones y la trama no evoluciona en absoluto, alcanzando las cotas más altas de entretenimiento en su inicio y al final, donde chocarán de golpe varias sorpresas. El segundo acto transcurre por un remanso de continuidad plana y, claro está, melódica. Aún así, me apuesto mis cómics de Goku a que nadie bostezará durante sus 2 horas de duración y más de uno se excitará, ya sea sexual o emocionalmente, con Johnny Depp o con Helena Bonham Carter, lo mismo da, lo importante es excitarse y no estar destemplado.
Es el celuloide de Burton el que se basa en recoger obras y transformarlas en maestras, en crear cajas de Pandora, donde aquel que las abra quedará permanentemente ligado a su gustillo personal y estrambótico. Tesoros, al fin y al cabo. Ahí nos quedan Beetlejuice, Batman, Mars Attacks!, Sleepy Hollow, Big Fish, Pesadilla antes de Navidad, La novia cadáver… son muchas las maravillas de Tim Burton, demasiado largas sus ramas como para esquivarlas. Recemos para que sigan creciendo.