No me juzgues si no sabes, que compartimos el impulso de juzgarnos. Porque son tus sucios veredictos los que dictan mi conciencia, y mis sentencias, meteoritos que lapidan tu conducta.
Pero son tus grandes éxitos en asuntos espinosos los que encienden mis hormonas. Tienes el don de derrapar con elegancia en la autopista hacia el infierno, y sin embargo, plagar de bombas tu camino al paraíso. Mas no importa un carajo: Lo bonito y lo sencillo dinamitan nuestro hambre. Lo complejo y lo incorrecto nos excita.
Hay quien vive con el miedo al qué dirán, al si te he visto no me acuerdo, al compromiso. La cuarta enmienda de tu código genético te prohíbe no esconderte. Tu defecto es que esos miedos te torturan si los piensas. Tu virtud es que aún no te han encontrado.
No te esfuerces en quererme demasiado, ni te empeñes en negar que ya lo haces. Contradices lo que dices al segundo de decirlo, pero todas las vertientes desembocan en fascinantes imprevistos. Y lo mejor de ese vaivén no es que colapse mis arterias. Es que me incendia desde el cuello hasta la polla.
Disculpa si estas letras te confunden, o perturban el descanso de tu ego. La ventaja de ser tú es que te importa. La de ser yo, que me la suda. Pero venga, ahí va un piropo, que sé que te hipnotizan. La idiotez te va a estar persiguiendo de por vida, aunque tú corres más rápido. El problema es que te encantan los disfraces, y el de idiota está hecho a tu medida.
El currículum vitae que te precede, está escrito con mis ríos de saliva. Los fluidos corporales que te bañan, son los mismos que me riegan las ideas. Eres políticamente hermosa e incorrectamente hija de puta. Eres galope de un potro desbocado. Eres un cáncer que corroe mis entrañas. Eres salvaje, libertina, ácida, destructiva. No te quiero cerca ni de lejos, y sin embargo, me derrito si te alejas demasiado.
A la más fruta del garito.