-Y después, ¿qué pasará?
-Pues que los abriré. Empiezo ya.
-Cien es mucho. Ya tengo…
-Uno, dos, tres…
-… el escondite decidido…
-… siete, ocho, nueve…
-… desde que te apetecía jugar.
-… doce, trece, catorce…
Canturreaba, y contaba hacia delante, en la misma dirección que huía.
Para mí, era una cuenta atrás. En la misma dirección que…
-… veinticinco, veintiséis, veintisiete…
Hay quien que se pasa toda una vida buscando un rincón donde esconderse. Hay quien nace agazapado, esperando al momento idóneo para salir de su escondrijo. Y…
-… cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos…
… y hay personas que deciden, simplemente, no jugar al escondite.
-¡Ya voy por la mitad!
"Y yo también".
Recordé una tarde de diciembre de hace mucho tiempo, aunque parecía que fuese ayer. Nevó tanto que con cada paso nos hundíamos hasta casi las rodillas. La maraña de calles tendía una majestuosa lona nívea por toda la ciudad, sepultando asfalto y adoquines, basura, despojos.
-… sesenta y tres, sesenta y cuatro, sesenta y cinco…
Las horas fueron pasando, y la lona menguando. Las huellas de nuestras pisadas se estampaban en la nieve, radiantes como firmas de una estilográfica.
"Ojalá tus huellas no se borraran nunca", "¿Por qué?", "¿Por qué va a ser? ¡Porque ese pie tan enano que tienes merece su propio espacio en el mundo, como los actores de Hollywood!".
Claro que no era por eso.
Se rió mucho.
-Ochenta y siete, ochenta y ocho, ochenta y nueve…
Al asfalto le quemaban los dedos bajo toda aquella piel blanca, que no paraba de fundirse entre las siluetas de las huellas.
De sus huellas.
No lograron esconderse.
No les dio tiempo.
-… ¡Y cien!
Destapó sus ojos y me miró tan fijamente que nuestras pupilas bailaron un minué.
-Fíjate… ¡Qué rápido me has encontrado!
-Pues que los abriré. Empiezo ya.
-Cien es mucho. Ya tengo…
-Uno, dos, tres…
-… el escondite decidido…
-… siete, ocho, nueve…
-… desde que te apetecía jugar.
-… doce, trece, catorce…
Canturreaba, y contaba hacia delante, en la misma dirección que huía.
Para mí, era una cuenta atrás. En la misma dirección que…
-… veinticinco, veintiséis, veintisiete…
Hay quien que se pasa toda una vida buscando un rincón donde esconderse. Hay quien nace agazapado, esperando al momento idóneo para salir de su escondrijo. Y…
-… cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos…
… y hay personas que deciden, simplemente, no jugar al escondite.
-¡Ya voy por la mitad!
"Y yo también".
Recordé una tarde de diciembre de hace mucho tiempo, aunque parecía que fuese ayer. Nevó tanto que con cada paso nos hundíamos hasta casi las rodillas. La maraña de calles tendía una majestuosa lona nívea por toda la ciudad, sepultando asfalto y adoquines, basura, despojos.
-… sesenta y tres, sesenta y cuatro, sesenta y cinco…
Las horas fueron pasando, y la lona menguando. Las huellas de nuestras pisadas se estampaban en la nieve, radiantes como firmas de una estilográfica.
"Ojalá tus huellas no se borraran nunca", "¿Por qué?", "¿Por qué va a ser? ¡Porque ese pie tan enano que tienes merece su propio espacio en el mundo, como los actores de Hollywood!".
Claro que no era por eso.
Se rió mucho.
-Ochenta y siete, ochenta y ocho, ochenta y nueve…
Al asfalto le quemaban los dedos bajo toda aquella piel blanca, que no paraba de fundirse entre las siluetas de las huellas.
De sus huellas.
No lograron esconderse.
No les dio tiempo.
-… ¡Y cien!
Destapó sus ojos y me miró tan fijamente que nuestras pupilas bailaron un minué.
-Fíjate… ¡Qué rápido me has encontrado!