Existen palabras condenadas a estar juntas. Sobreviven encadenadas, alimentándose de mutuo acuerdo, presumiendo de un feeling especial que las convierte en combos perfectos. Por ejemplo, “aledaños” siempre se asocia a “estadio”. “Amor” no significa nada sin “sacrificio”. Y el “éxito” nace irremediablemente después de conocer el “fracaso”.
Pero ahora debo rendir cuentas de una que necesita una mayor y mejor explicación…
“Solo”…
Dícese del café amargo que se bebe sin permiso. Abandonado, sobre la barra de un bar, y enfriándose por ósmosis con el viento.
Dícese de la molesta compañía. De bultos charlatanes que abarcan más espacio del que aprietan, ignorando que más vale callar y parecer estúpido que hablar y despejar todas las dudas.
Asóciese a aquellos que nos mienten. Porque tienen miedo de sí mismos. Porque hay hijos de puta que se merecen la etiqueta de genios. Y buenas personas justamente miserables.
Dícese de la nota disonante cuando la clave de sol está de moda. De la oda que folla sin condón con elegías. De las antiestéticas estrías en cristianos ronaldos.
Acompáñese de vagabundos de virtudes. De hánseles y grételes que persiguen mis migajas. De las pajas a las seis de la mañana a medio metro de la novia.
Solo, masculino singular. Que femenino plural no es sinónimo de triunfador, que nadie se confunda. Solo, palabra cuyo eco retumba en todo el extrarradio de las trompas de eustaquio.
Dícese del quilate malvendido en las tiendas de los chinos. De cualquier número primo. Del terrible grano en el esbelto cuerpo de mi polla. De los monjes ermitaños de áreas metropolitanas. De los años que naufragan estancados. Del jodido pelo enquistado en la entrepierna. Del corte en la mejilla al afeitarse. Del parásito que se cree autosuficiente. Del que dice ser valiente cuando no es más que un mierda.
Que la soledad por gusto afea el rostro. Y aunque muchas veces sea lo más sano, la mayoría de ellas enamorarse de estar solo es flirtear con la desdicha.
Por eso, la terrible pareja de baile de la “soledad” es la “tristeza”.
Y ése es, precisamente, el combo más perfecto e inquebrantable que existe en este planeta.
Pero mejor ir acostumbrándose. Porque no existen los ataúdes de dos plazas.