El universo se rige por medidas abstractas. Baremos incalculables, impredecibles, inefables, la mayoría disfrazados de estúpidos pasatiempos que nos mantienen ocupados mientras en otra parte del planeta alguien nos odia o nos ama. O eso dicen algunas cadenas de emails, habrá que aferrarse a algo. En algún otro lugar de esta dimensión alguien está haciendo lo mismo que yo, leyendo el periódico y escribiendo en pijama, buscando descifrar esas misteriosas pautas que encarrilan el género humano hacia el cielo o el infierno, nunca lo sabremos realmente.
El problema viene cuando las pautas se ponen de acuerdo y deciden manifestarse a la par, como una estampida de elefantes furiosos, una supernova. Así explotan las estrellas, como las mujeres, porque ellas sí pueden pactar con garbo, en secreto o a voces, cuándo cambiar las reglas y gobernar a su antojo. Cuenta la mitología de nuestro siglo que si todos los chinos saltaran a la vez la Tierra se desplazaría de su órbita, provocando catastróficas consecuencias. Esto es muy serio. O no. Depende de los chinos. Pero de quien debemos tener miedo es de ellas. Cuando todas fruncen el ceño y agrietan los labios llegamos al culmen del Apocalipsis. Es la llamada Menstruación Global.
En ese punto, donde cualquiera de ellas dispara obuses con la mirada y escupe sapos, es mejor escapar, lejos, muy lejos. Incluso rezar. Porque no se puede negar su evidente sexto sentido para hablar y asesinar con un leve vistazo. Ni tampoco su capacidad extraterrestre para levantarse de mal humor y acostarse aún peor. En lenguaje masculino, casi soezmente, se diría que les acaba de bajar el período. Tampoco se puede negar. El fatídico día de la Menstruación Global ocurre cada muchos años, como las glaciaciones, pero es un fenómeno que se acrecenta con el paso del tiempo, con el cambio climático y la expansión del bakalao. Ya se nos va de las manos.
Y es que, aunque se atrevan a desmentirlo, todas siguen el mismo manual de instrucciones. Por eso no es de extrañar que mañana mismo se dé otra Menstruación Global, azotada por el “todos-los-hombres-son-iguales” o por el amigo mascota que las agobia en silencio. Si se alinearan los planetas, las hienas rugieran a los leones, los chinos saltaran juntos y abrazados y dios existiera, es entonces cuando merecería la pena lidiar a su lado. Mientras tanto, aguardemos aterrorizados a que el manual que llevan bajo la axila tres mil quinientos millones de mujeres se abra al mismo tiempo…