Siente cómo
a lo lejos
late el mundo.
Sueña cómo
a lo lejos
duerme el mundo.
Que la luna
en la noche
nos acompañe.
Y que juntos
nos fundamos
en el horizonte.
jueves, 31 de julio de 2014
sábado, 26 de julio de 2014
Antes de ayer
<<Lo siento, Víctor. No puedo soportarlo más. Créeme, lo he intentado. Pero sueño cada noche con su carita. Le escucho reír en su habitación. Y me duele demasiado saber que fuimos nosotros los que le arrebatamos esa risa. Era mi hijo, Víctor. Le quería más que a mi propia vida. Como a ti. Y hubo un momento... Sólo fue un puto momento. En el que te elegí por encima de todo. Querías que formáramos nuestra propia familia. Nunca podré perdonármelo. Cuando llegues a casa, no me esperes. No volveré. Voy a la policía, a buscar lo que merecemos. Aunque lo único que necesito ahora ya es imposible de encontrar.
Te he dejado pollo en la nevera.>>
Mensaje recibido el jueves 5 de junio a las 18 horas y 32 minutos.
Te he dejado pollo en la nevera.>>
Mensaje recibido el jueves 5 de junio a las 18 horas y 32 minutos.
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Relatos para el insomnio
martes, 1 de julio de 2014
El viejo orden
Y cuándo dejas de doler. Cuándo empieza la purga. El relleno. Cuándo llega el instinto de supervivencia. Esas gilipolleces.
Si tuviera derecho a fabricarte otra vez, te haría mi tormenta.
Mi supernova.
Mi bypass.
Mi fotosíntesis.
Serías mi salva de artillería, apuntando a esos pedazos que me hicieron malgastarte.
Mi torre de jenga.
Mi vacuna.
Mi chamán.
Elige un momento y aparece. Cualquiera es bueno. Madrid se desvive por tu luz y tú mudando de desierto.
O acaso buscas otra cosa. No encuentro ningún perdón que me valga en el armario. El que tenía me quedaba demasiado grande.
Ahora sólo queda tumbar las barricadas. La resistencia. Vaciar las entrañas.
Quererse a cañonazos. A estampidos.
A llamaradas.
Y luego que te quedes. Sin despertador.
Porque nada sabe peor que tenerte hambre.
Te convertiste en todo aquello que siempre quisiste ser de mayor. Invisible. Impensable. Indispensable. En oxígeno. Hace mil vidas.
Y ahora qué me quieres. ¿Ser mi ave fénix? ¿El óxido en mi carne?
Y ahora qué me quieres. ¿Ser mi ave fénix? ¿El óxido en mi carne?
Si tuviera derecho a fabricarte otra vez, te haría mi tormenta.
Mi supernova.
Mi bypass.
Mi fotosíntesis.
Serías mi salva de artillería, apuntando a esos pedazos que me hicieron malgastarte.
Mi torre de jenga.
Mi vacuna.
Mi chamán.
Elige un momento y aparece. Cualquiera es bueno. Madrid se desvive por tu luz y tú mudando de desierto.
O acaso buscas otra cosa. No encuentro ningún perdón que me valga en el armario. El que tenía me quedaba demasiado grande.
Ahora sólo queda tumbar las barricadas. La resistencia. Vaciar las entrañas.
Quererse a cañonazos. A estampidos.
A llamaradas.
Y luego que te quedes. Sin despertador.
Porque nada sabe peor que tenerte hambre.
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Tiritas de cobardías
jueves, 19 de junio de 2014
Kafka Street
La primera pluma apareció en su codo derecho. Milena creyó que todavía estaba soñando, así que se arrancó de cuajo aquella negra extravagancia, se dio un bofetón y volvió a planchar la oreja, como si nada hubiera ocurrido. Pero tres horas después, a las once y cuarto de la mañana, su brazo derecho estaba invadido por centenares de plumas que lo cubrían completamente. Milena se levantó con movimientos lentos, pálida, aún convencida de que seguía atrapada en la otra dimensión, y logró llegar hasta la cómoda, en cuyo primer cajón, entre las bragas, guardaba unos cuantos porros de marihuana. Los postres para después de un buen polvo. Encendió el más gordo.
Sólo quería mirar hacia la izquierda, como si tuviera tortícolis. Fumó un rato hasta que el rabillo del ojo diestro le traicionó violando todos sus códigos racionales. Los pocos que le quedaban. Sí querida, ahí está, un brazo cubierto de plumas. Lo que viene siendo un ala. Volvió a apartar la mirada como un resorte. Y así las cosas, ya a sabiendas de que aquello de sueño tenía poco dado el colocón que llevaba, lo primero que se le pasó por la cabeza a la venus de Milena fue que le iba a costar mucho más llegar al orgasmo si tenía que masturbarse con la mano que le quedaba.
Ensayó en la ducha. No pudo concentrarse. Salió sin toalla, y enfrente del espejo estudió su nueva extremidad. Rondaba el metro y medio. Comenzó a aletear suavemente, flas, flas, flas, y se imaginó a una mamá pájaro con un rollizo gusano en el pico aterrizando en su nido, donde le aguardan tres impacientes polluelos chillones. Tenemos hambre, mami. Qué nos traes, mami. Hoy no hay nada para vosotros, mis pequeños. Y devoraba el gusano delante de sus famélicos hijos con un gusto infinito. Luego se vio sobre una rama de almendro, observando con satisfacción cómo dos apuestos cuervos se sacaban los ojos para montarla. Y el vencedor, tuerto y ensangrentado, moría a sus pies sin conseguirlo.
Entonces notó un picor en su único brazo, a la altura del bíceps. Un minúsculo punto oscuro como un lunar empezó a abultarse y de su interior brotó otra pluma, que rápidamente creció hasta alcanzar el tamaño de las demás. Menos de cinco segundos después ya no había brazo. Milena, como azotada por un sofocante golpe de realidad, quiso gritar. Pero su cuerdas vocales lanzaron un poderoso graznido que resquebrajó todos los cristales de la habitación. Cuando miró hacia abajo ya sólo tenía garras y un espléndido y plumífero cuerpo negro. Escuchó un alarido en la calle. Corrió hacia la ventana borracha de confusión y vio una enorme rata blanca aplastando el capó de un coche. Más allá, un gorila batía con furia una farola por encima de su cabeza y enseñaba los colmillos a una inmensa cucaracha. De pronto, el balcón frente a Milena se desprendió de la pared y cayó con estrépito. Un camaleón del tamaño de un pívot de baloncesto apareció del agujero y se adhirió a la fachada del edificio. Desde esa posición privilegiada, casi imperial, desplegó su lengua y pasó rozando a Milena con un zumbido, estampándose en el tabique a su espalda con un sonido acuoso como un proyectil de barro.
Por primera vez en su vida, la venus de Milena se meó encima de miedo y no de placer.
Cuando la lengua volvía a enrollarse saltó al vacío y logró volar a pocos centímetros del suelo. En el portal número 26, al lado de los buzones, un tiburón con piernas masticaba el aire entre convulsiones. Con una acrobacia, Milena se elevó por encima de los bloques de viviendas. Y antes de que olvidara quién era, aún tuvo tiempo para pensar su próximo peinado.
Sólo quería mirar hacia la izquierda, como si tuviera tortícolis. Fumó un rato hasta que el rabillo del ojo diestro le traicionó violando todos sus códigos racionales. Los pocos que le quedaban. Sí querida, ahí está, un brazo cubierto de plumas. Lo que viene siendo un ala. Volvió a apartar la mirada como un resorte. Y así las cosas, ya a sabiendas de que aquello de sueño tenía poco dado el colocón que llevaba, lo primero que se le pasó por la cabeza a la venus de Milena fue que le iba a costar mucho más llegar al orgasmo si tenía que masturbarse con la mano que le quedaba.
Ensayó en la ducha. No pudo concentrarse. Salió sin toalla, y enfrente del espejo estudió su nueva extremidad. Rondaba el metro y medio. Comenzó a aletear suavemente, flas, flas, flas, y se imaginó a una mamá pájaro con un rollizo gusano en el pico aterrizando en su nido, donde le aguardan tres impacientes polluelos chillones. Tenemos hambre, mami. Qué nos traes, mami. Hoy no hay nada para vosotros, mis pequeños. Y devoraba el gusano delante de sus famélicos hijos con un gusto infinito. Luego se vio sobre una rama de almendro, observando con satisfacción cómo dos apuestos cuervos se sacaban los ojos para montarla. Y el vencedor, tuerto y ensangrentado, moría a sus pies sin conseguirlo.
Entonces notó un picor en su único brazo, a la altura del bíceps. Un minúsculo punto oscuro como un lunar empezó a abultarse y de su interior brotó otra pluma, que rápidamente creció hasta alcanzar el tamaño de las demás. Menos de cinco segundos después ya no había brazo. Milena, como azotada por un sofocante golpe de realidad, quiso gritar. Pero su cuerdas vocales lanzaron un poderoso graznido que resquebrajó todos los cristales de la habitación. Cuando miró hacia abajo ya sólo tenía garras y un espléndido y plumífero cuerpo negro. Escuchó un alarido en la calle. Corrió hacia la ventana borracha de confusión y vio una enorme rata blanca aplastando el capó de un coche. Más allá, un gorila batía con furia una farola por encima de su cabeza y enseñaba los colmillos a una inmensa cucaracha. De pronto, el balcón frente a Milena se desprendió de la pared y cayó con estrépito. Un camaleón del tamaño de un pívot de baloncesto apareció del agujero y se adhirió a la fachada del edificio. Desde esa posición privilegiada, casi imperial, desplegó su lengua y pasó rozando a Milena con un zumbido, estampándose en el tabique a su espalda con un sonido acuoso como un proyectil de barro.
Por primera vez en su vida, la venus de Milena se meó encima de miedo y no de placer.
Cuando la lengua volvía a enrollarse saltó al vacío y logró volar a pocos centímetros del suelo. En el portal número 26, al lado de los buzones, un tiburón con piernas masticaba el aire entre convulsiones. Con una acrobacia, Milena se elevó por encima de los bloques de viviendas. Y antes de que olvidara quién era, aún tuvo tiempo para pensar su próximo peinado.
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Relatos para el insomnio
jueves, 12 de junio de 2014
43 de mayo
Ojo. Cuidao. Puede que el refrán sea cierto y ya no necesitemos un sayo para evitar catarros de última hora. O incluso aislados chaparrones. Y al menos podríamos luchar contra todo eso el resto del año si supiéramos qué es un sayo sin buscarlo en internet. Pero que ojo, cuidao. Mira, asómate al balcón, morena. Ahí fuera sigue lloviendo. Ahí fuera sigue la tormenta.
Ah, que no lo ves. Mira detenidamente. Llueven idiotas. Por todos lados. Idiotas que no conocen, por ejemplo, el significado del dinero. Y eso que nadan en él. Al menos todavía no lo saben. Quizás algún día les falte y lo aprendan. Aunque tampoco saben realmente en qué gastarlo. Claro que no, las auténticas necesidades sólo aparecen en la escasez.
Pero mira bien. Hay hasta idiotas incapaces de conocer el significado del miedo, ya que no tienen nada que perder. Y el miedo da fuerzas, responsabilidades. Es algo así como un sparring de boxeo. Y esos idiotas son los peores, porque se creen valientes. Pero eso nunca será posible, ya que siempre habrá algún cobarde que les aplauda.
¿Y aquella nube tan negra? Seguro que está cargada de idiotas que no comprenden la magnitud de la locura. Y la locura es muy sibarita. Únicamente existe en todo su esplendor cuando somos capaces de enloquecer por alguien. Igual que la preocupación. Hasta que no veamos el rostro del sufrimiento en ese alguien, no tendremos ni idea de lo que es preocuparse de verdad.
Aunque sin duda, los idiotas que más calan son aquellos que ignoran su poder de decisión. Y es que siempre habrá otros idiotas que decidan por él. Es la definición perfecta de calabobos. Una lluvia fina y sutil que va mojando poco a poco sin apenas darnos cuenta.
No dejes que te empape la idiotez. No te quites tu sayo de identidad.
Ah, que no lo ves. Mira detenidamente. Llueven idiotas. Por todos lados. Idiotas que no conocen, por ejemplo, el significado del dinero. Y eso que nadan en él. Al menos todavía no lo saben. Quizás algún día les falte y lo aprendan. Aunque tampoco saben realmente en qué gastarlo. Claro que no, las auténticas necesidades sólo aparecen en la escasez.
Pero mira bien. Hay hasta idiotas incapaces de conocer el significado del miedo, ya que no tienen nada que perder. Y el miedo da fuerzas, responsabilidades. Es algo así como un sparring de boxeo. Y esos idiotas son los peores, porque se creen valientes. Pero eso nunca será posible, ya que siempre habrá algún cobarde que les aplauda.
¿Y aquella nube tan negra? Seguro que está cargada de idiotas que no comprenden la magnitud de la locura. Y la locura es muy sibarita. Únicamente existe en todo su esplendor cuando somos capaces de enloquecer por alguien. Igual que la preocupación. Hasta que no veamos el rostro del sufrimiento en ese alguien, no tendremos ni idea de lo que es preocuparse de verdad.
Aunque sin duda, los idiotas que más calan son aquellos que ignoran su poder de decisión. Y es que siempre habrá otros idiotas que decidan por él. Es la definición perfecta de calabobos. Una lluvia fina y sutil que va mojando poco a poco sin apenas darnos cuenta.
No dejes que te empape la idiotez. No te quites tu sayo de identidad.
Ni todavía ni nunca.
Prescripciones:
Píldoras contra la ignorancia
viernes, 6 de junio de 2014
Pero
Te quiero. Y mucho.
Eres muy importante en mi vida.
Porque lo más importante que alguien le puede dar a otro alguien es tiempo.
Y nos regalamos tiempo. Sin esperar nada a cambio.
Supongo.
Me haces reír. Qué difícil es eso.
Me quieres. Eso dices. Eso sí que es difícil.
Y follas de maravilla. Que casi se me olvida.
Eres mucho.
Pero.
No lo eres todo.
Eres muy importante en mi vida.
Porque lo más importante que alguien le puede dar a otro alguien es tiempo.
Y nos regalamos tiempo. Sin esperar nada a cambio.
Supongo.
Me haces reír. Qué difícil es eso.
Me quieres. Eso dices. Eso sí que es difícil.
Y follas de maravilla. Que casi se me olvida.
Eres mucho.
Pero.
No lo eres todo.
Prescripciones:
Jarabes para el desamor,
Tiritas de cobardías
lunes, 2 de junio de 2014
Jugo de Tronos
En mi Poniente, los monarcas se extinguieron a la par que los dragones. Las coronas se oxidaron con el paso de los años, y decretamos regalarlas al comprar una hamburguesa. En mi Poniente, el único trono conocido es aquel donde abrimos nuestras nalgas.
En mi Poniente, el único príncipe con empaque que adoramos nos sonríe en las galletas. Y el más pequeño de su estirpe nos relata sus periplos por el reino. En mi Poniente, los borbones sirven cañas en un bar de La Latina.
Aquí en mi Poniente, los retratos de Velázquez sólo muestran a meninas sugerentes. Las princesas son tan chulas que prefieren abdicar, y trabajar de periodistas. Y las casas más reales se costean sin estudios de mercado ni intereses fluctuantes.
En los Siete Reinos de Poniente, las banderas son manteles para picnics en el campo. Dinastía juraría que fue una serie de la tele en los ochenta. Para que te hagas una idea, en las monedas de Poniente aparecen mis chihuahuas echándose la siesta.
Qué más puedo decir de mi Poniente, donde las zarzuelas son líricas y no palacios. Donde los elefantes sólo se arrodillan cuando ven pasar a Simba. Y donde el poder absoluto es aquel con el que Goku, se ventila a todos los malos.
Qué más puedo decir. Pues que aquí se vive a cuerpo de rey.
Qué cosas.
En mi Poniente, el único príncipe con empaque que adoramos nos sonríe en las galletas. Y el más pequeño de su estirpe nos relata sus periplos por el reino. En mi Poniente, los borbones sirven cañas en un bar de La Latina.
Aquí en mi Poniente, los retratos de Velázquez sólo muestran a meninas sugerentes. Las princesas son tan chulas que prefieren abdicar, y trabajar de periodistas. Y las casas más reales se costean sin estudios de mercado ni intereses fluctuantes.
En los Siete Reinos de Poniente, las banderas son manteles para picnics en el campo. Dinastía juraría que fue una serie de la tele en los ochenta. Para que te hagas una idea, en las monedas de Poniente aparecen mis chihuahuas echándose la siesta.
Qué más puedo decir de mi Poniente, donde las zarzuelas son líricas y no palacios. Donde los elefantes sólo se arrodillan cuando ven pasar a Simba. Y donde el poder absoluto es aquel con el que Goku, se ventila a todos los malos.
Qué más puedo decir. Pues que aquí se vive a cuerpo de rey.
Qué cosas.
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Píldoras contra la ignorancia
lunes, 26 de mayo de 2014
Resaca erectoral
Lo peor de las resacas no son las jaquecas previas al ibuprofeno, ni el agotamiento que se cobra doce horas de sueño. Lo peor es el después de lo mejor, lo que perdura y no se cura con la química o el reseteo natural.
Lo peor es el estricto despertar. El darse cuenta de que el tiempo te adelanta por la izquierda. El dolor de las ideas. El ya no soy el que era. Y con lo que hemos sido, en otros años, en otras vidas.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo único que nos separa de su lado es el inconformismo. Que nadar a contracorriente ahoga sus fuerzas, su castigo. Que nada cambiará en ese idilio si la dejamos elegir cubertería. Que sufrir un gatillazo no es más grave, que esconder el rabo entre las piernas.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que su hambre nos quita las ganas de comer. Que París ya no es la ciudad del amor, ni Roma el destino de todo viajero que se precie. Ahora el peaje es caro para un potro moribundo, malherido y desbocado. Pero nunca sin boca.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo peor de cambiar es cambiar. Aburrirse de estar aburrido. El admitir que todo va bien entre los dos, que la quieres con locura, cuando estás deseando ponerla las cuernos. Estás deseando sentirte vivo, incandescente, útil. Estás deseando morir lo más viejo que sea posible, pero joven.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo peor de ese cariño es el para qué. Para qué levantar la cabeza del sofá si la tele cubre todas mis necesidades. Para qué quejarme si puedo llorar en mi coche de los lunes. Para qué salir hoy a la calle, si no se ha ganado ningún trofeo. Que piensen los demás, que yo me canso. Pero luego me atribuyo una medalla al valiente sufridor de este mundo.
Porque aún queda camino por andar. Tanto, como camino andado. Pero sólo lo andarán unos pocos.
El resto se dejará llevar por la corriente.
Lo peor es el estricto despertar. El darse cuenta de que el tiempo te adelanta por la izquierda. El dolor de las ideas. El ya no soy el que era. Y con lo que hemos sido, en otros años, en otras vidas.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo único que nos separa de su lado es el inconformismo. Que nadar a contracorriente ahoga sus fuerzas, su castigo. Que nada cambiará en ese idilio si la dejamos elegir cubertería. Que sufrir un gatillazo no es más grave, que esconder el rabo entre las piernas.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que su hambre nos quita las ganas de comer. Que París ya no es la ciudad del amor, ni Roma el destino de todo viajero que se precie. Ahora el peaje es caro para un potro moribundo, malherido y desbocado. Pero nunca sin boca.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo peor de cambiar es cambiar. Aburrirse de estar aburrido. El admitir que todo va bien entre los dos, que la quieres con locura, cuando estás deseando ponerla las cuernos. Estás deseando sentirte vivo, incandescente, útil. Estás deseando morir lo más viejo que sea posible, pero joven.
Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo peor de ese cariño es el para qué. Para qué levantar la cabeza del sofá si la tele cubre todas mis necesidades. Para qué quejarme si puedo llorar en mi coche de los lunes. Para qué salir hoy a la calle, si no se ha ganado ningún trofeo. Que piensen los demás, que yo me canso. Pero luego me atribuyo una medalla al valiente sufridor de este mundo.
Porque aún queda camino por andar. Tanto, como camino andado. Pero sólo lo andarán unos pocos.
El resto se dejará llevar por la corriente.
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sábado, 5 de abril de 2014
Madrid - Interior de domicilio - Día
Pacofloro y Floripetra entran agarrados de la mano al dormitorio y se besan durante diez segundos, con lengua y todo. Van descalzos, pero no tienen frío. Él se separa ligeramente de su mujer y la observa con el mismo entusiasmo que la primera vez. Es un rostro pícaro, hermoso, juvenil, piel tersa como una llanura, ojos pardos plagados de chispas, labios tiernos y delicados.
Floripetra observa a su marido y le pellizca las nalgas con una sonrisa pícara, hermosa, juvenil. Su barbilla está levemente irritada por el roce con la barba de Pacofloro. Él también se pone rojo, pero de rubor. Firmes nalgas, ancha espalda, recias piernas. Como un chaval.
Está para que mañana, piensa, gane una maratón. Y nade hasta Formentera.
Ella le guía hasta su lado de la cama y le ayuda a acostarse entre crujidos de huesos y un coro de abucheos en la calle. Floripetra sólo escucha el murmullo de un banjo. Una vez él está completamente echado, ella va hacia su lado y se tumba con un gemido de dolor. El último. Van en pijama, pero son las tres y media de la tarde. Pacofloro se imagina con un traje negro y camisa azul y Floripetra con un vestido blanco y un lazo en la cintura. Los gritos de la calle son golondrinas dándose la charla. Las sirenas de policía son adagios.
Él coge un pequeño bote de su mesita de noche. Lo mira. La mira. Lo abre. El líquido de su interior brilla como las monedas de plata. Se lo lleva a los labios y le da un buen trago. Lo mira. La mira. Se lo da. Ella hace lo propio.
Floripetra tira el bote por la ventana. Se hace añicos contra el sueño. Las golondrinas interrumpen su cháchara durante un instante, sorprendidas. Los adagios mecen el tiempo con más fuerza que nunca. Mirándose a los ojos, enredan sus dedos una vez más. La última. Dos policías aporrean la puerta para sacarles de su casa. Que por la fuerza si hace falta, gruñen. Que tienen una orden, vocean.
Tan delicados, piensa, como los sueños. Y las figuritas esas de porcelana.
Floripetra observa a su marido y le pellizca las nalgas con una sonrisa pícara, hermosa, juvenil. Su barbilla está levemente irritada por el roce con la barba de Pacofloro. Él también se pone rojo, pero de rubor. Firmes nalgas, ancha espalda, recias piernas. Como un chaval.
Está para que mañana, piensa, gane una maratón. Y nade hasta Formentera.
Ella le guía hasta su lado de la cama y le ayuda a acostarse entre crujidos de huesos y un coro de abucheos en la calle. Floripetra sólo escucha el murmullo de un banjo. Una vez él está completamente echado, ella va hacia su lado y se tumba con un gemido de dolor. El último. Van en pijama, pero son las tres y media de la tarde. Pacofloro se imagina con un traje negro y camisa azul y Floripetra con un vestido blanco y un lazo en la cintura. Los gritos de la calle son golondrinas dándose la charla. Las sirenas de policía son adagios.
Él coge un pequeño bote de su mesita de noche. Lo mira. La mira. Lo abre. El líquido de su interior brilla como las monedas de plata. Se lo lleva a los labios y le da un buen trago. Lo mira. La mira. Se lo da. Ella hace lo propio.
Floripetra tira el bote por la ventana. Se hace añicos contra el sueño. Las golondrinas interrumpen su cháchara durante un instante, sorprendidas. Los adagios mecen el tiempo con más fuerza que nunca. Mirándose a los ojos, enredan sus dedos una vez más. La última. Dos policías aporrean la puerta para sacarles de su casa. Que por la fuerza si hace falta, gruñen. Que tienen una orden, vocean.
Pero Pacofloro y Floripetra han vivido 46 maravillosos años en ella y no quieren marchitarse en otro lugar.
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martes, 1 de abril de 2014
Taytantas sugerencias:
Si tiene que venir otro abril, que venga con el arma cargada.
Que sea con una sonata de piano en pista uno y en la dos el ronroneo de Marilyn Monroe.
Que apague la luna cuando venga.
Que llegue con hambre. Le he dejado pollo en la nevera.
Que me traiga tiempo.
Que te me traiga.
Que me te acerque.
Que huela a café recién hecho.
Que no le gusten los espejos. Siempre mienten.
Que le gusten los borrachos. Siempre aciertan.
Que esté roto. Y descosido. Y aún sepa llorar a carcajadas.
Que quiera latir.
Que me diga al oído que si la vida me da la espalda, que la dé por el culo.
Que me muerda.
Que me parta por la mitad cuando te olvide.
Que me deje salir a jugar aunque ya esté la cena preparada.
Que sepa desnudar las apariencias.
Que sepa desnudarme.
Que me quiera como al bueno. Que me trate como al feo. Que me folle como al malo.
Si tiene que venir, que me enseñe a ser joven mientras me hago añejo.
A no hipotecar las heridas.
A equivocarme.
A aprender que no sos vos, sino yo.
A dudar de las primeras impresiones. La tinta siempre acaba corriéndose por algún lado.
A abrir tercios de cerveza con las muelas.
A silbar la versión de 1949 de Summertime.
A bailar un tango con la marea baja..
A no mendigar el afecto.
A no despreciar el fracaso.
A comer kebab sin mancharme.
A no tener bandera por bandera.
A que apueste el resto. A que no va más. A que siempre ganan los mismos y eso ya aburre.
A soplar velas. A pedir cosas. Y más cosas.
Y que una tal Dorothy me lleve a su sweet home alabama taconeando tres veces.
Y que keep calm and hold on a lo Tom Waits.
Y que ella sea feliz. Y que me deje un poco, que no sea roñica.
Y que me tatúe una sonrisa donde esta boca es mía.
Y que larga vida al rock & roll.
Y pedir más cosas.
Y hasta que reviente.
Pero satisfecho.
Que sea con una sonata de piano en pista uno y en la dos el ronroneo de Marilyn Monroe.
Que apague la luna cuando venga.
Que llegue con hambre. Le he dejado pollo en la nevera.
Que me traiga tiempo.
Que te me traiga.
Que me te acerque.
Que huela a café recién hecho.
Que no le gusten los espejos. Siempre mienten.
Que le gusten los borrachos. Siempre aciertan.
Que esté roto. Y descosido. Y aún sepa llorar a carcajadas.
Que quiera latir.
Que me diga al oído que si la vida me da la espalda, que la dé por el culo.
Que me muerda.
Que me parta por la mitad cuando te olvide.
Que me deje salir a jugar aunque ya esté la cena preparada.
Que sepa desnudar las apariencias.
Que sepa desnudarme.
Que me quiera como al bueno. Que me trate como al feo. Que me folle como al malo.
Si tiene que venir, que me enseñe a ser joven mientras me hago añejo.
A no hipotecar las heridas.
A equivocarme.
A aprender que no sos vos, sino yo.
A dudar de las primeras impresiones. La tinta siempre acaba corriéndose por algún lado.
A abrir tercios de cerveza con las muelas.
A silbar la versión de 1949 de Summertime.
A bailar un tango con la marea baja..
A no mendigar el afecto.
A no despreciar el fracaso.
A comer kebab sin mancharme.
A no tener bandera por bandera.
A que apueste el resto. A que no va más. A que siempre ganan los mismos y eso ya aburre.
A soplar velas. A pedir cosas. Y más cosas.
Y que una tal Dorothy me lleve a su sweet home alabama taconeando tres veces.
Y que keep calm and hold on a lo Tom Waits.
Y que ella sea feliz. Y que me deje un poco, que no sea roñica.
Y que me tatúe una sonrisa donde esta boca es mía.
Y que larga vida al rock & roll.
Y pedir más cosas.
Y hasta que reviente.
Pero satisfecho.
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Recetas personalizadas
domingo, 23 de marzo de 2014
22 de marzo
La dignidad no se encuentra en cajas fuertes ni carteras, en un cambio de divisas, en los quilates.
La dignidad no se ubica en palacetes ni quinielas, en el tamaño de las tetas, en sonrisas gratuitas.
A la dignidad se la sudan los caballos de tu coche, la memoria de tu smartphone, tus seiscientos trece amigos virtuales, los goles del partido.
La dignidad se pasa por el forro el simbolito que decora tu camisa, el sexto cero de tu cuenta bancaria, tu casita de verano, tu escapada del finde, tu currículum de polvos.
A veces la dignidad se esconde en el fondo de los vasos, en las tripas de una jeringa, en una bala. A veces grita como un ogro y se desgañita por orgullo. A veces es silente y astuta. A veces aprieta los puños hasta que sangra de cólera. A veces, muere de impaciencia.
Cuando la esperanza es lo primero que se pierde, no voy a dejar que se lleve consigo mi dignidad.
Que esa maldita cosa es imprescindible.
Y el resto, no.
La dignidad no se ubica en palacetes ni quinielas, en el tamaño de las tetas, en sonrisas gratuitas.
A la dignidad se la sudan los caballos de tu coche, la memoria de tu smartphone, tus seiscientos trece amigos virtuales, los goles del partido.
La dignidad se pasa por el forro el simbolito que decora tu camisa, el sexto cero de tu cuenta bancaria, tu casita de verano, tu escapada del finde, tu currículum de polvos.
A veces la dignidad se esconde en el fondo de los vasos, en las tripas de una jeringa, en una bala. A veces grita como un ogro y se desgañita por orgullo. A veces es silente y astuta. A veces aprieta los puños hasta que sangra de cólera. A veces, muere de impaciencia.
Cuando la esperanza es lo primero que se pierde, no voy a dejar que se lleve consigo mi dignidad.
Que esa maldita cosa es imprescindible.
Y el resto, no.
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Píldoras contra la ignorancia
miércoles, 19 de marzo de 2014
McQueen
Una tarde de noviembre de hace mil doscientos años el señor McQueen se transformó en una gota de agua mientras se afeitaba y se filtró a través del suelo de su cuarto de baño atravesando el planeta de lado a lado en el tiempo que tardaba en canturrear el primer soul de la historia. De nuevo en la superficie tropezó con una caña de bambú y se cayó a un charco donde fue sorbido por un caimán de tres metros de longitud cuyo vigésimo séptimo descendiente sería usado para fabricar el bolso estrella que una vieja loca de Manhattan le encargaría a su marido para seguir aparentando una fortuna que perdería en dos meses de alcohol y tragaperras. El señor McQueen esperó hasta que el caimán se zambulló para deslizarse a través de uno de sus poros y dejarse arrastrar por la corriente de un río que siglos después tendría un color cobrizo debido a compuestos químicos que activarían la mutación de uno de los genes de un chaval llamado Lucas, al que sus padres le practicarían la eutanasia a los 7 años en vista de que le iba a ser muy complicado llevar una vida digna con tres narices y un tercer brazo pegado en la frente. Disfrutó del viaje en río como si de un tobogán se tratase y por fin llegó al mar, donde conoció a una bellísima molécula salada con la que tuvo trescientos billones de dulces hijos que una vez alcanzaron la mayoría de edad tuvieron que emigrar a otro océano en busca de un trabajo honrado para su condición acuática, al mismo tiempo que el señor McQueen se dejaba desintegrar por el Sol y se evaporaba hacia el cielo. Sin pedir permiso se adhirió a un gigantesco cumulonimbo que palpitaba como un corazón excitado a punto de estallar en mil desengaños y entabló amistad con un sicario de acento exótico que tenía un plan para salvar el mundo en caso de emergencia, sin saber que su sueldo había sido abonado íntegramente por un magnate petrolero del año 2038 a través de un agujero en el tiempo. Cuando creyó oportuno el sicario se arrojó al vacío acompañado de una legión de fanáticos y devastaron campos de cultivo al noreste de Nueva Delhi, donde un poblado que subsistía a base de arroz y trigo tuvo que ingeniárselas para alimentarse de arena y hojas de morera hasta que un sultán les prometió amparo a cambio de sumisión perpetua. El señor McQueen pensó que definitivamente él tenía otro motivo así que reclutó un ejército de gotas de agua dispuestas a acabar con aquello antes de que se fuera todo a la mierda, y se dejó maquillar por nuevos rayos de luz en los segundos previos a ser expulsado al ritmo de un trueno que rugió como una espléndida percusión de orquesta.
Y entonces llovió, llovió, llovió, inflamado de amor propio, y gritó a sus compañeros que no abrieran el paracaídas, ni acataran ser un simple número en la lista, ni agacharan la cabeza, y gritó que todos eran poderosos, que cualquiera de ellos bastaría para colmar el vaso. Y llovió, llovió, y llovió la tormenta perfecta en las favelas brasileñas llenando cántaros de oro líquido, y en las calles de Nueva Orleans, donde un grupo de niños negros que tocaban el saxofón descalzos comenzaron a bailar al son de las gotas estrellándose contra el suelo, y ningún gaznate se pudrió de sed, y ninguna tierra murió árida y abandonada, y los gélidos ventanales de lo que un día sería Madrid fotografiaron el momento.
Y entonces llovió, llovió, llovió, inflamado de amor propio, y gritó a sus compañeros que no abrieran el paracaídas, ni acataran ser un simple número en la lista, ni agacharan la cabeza, y gritó que todos eran poderosos, que cualquiera de ellos bastaría para colmar el vaso. Y llovió, llovió, y llovió la tormenta perfecta en las favelas brasileñas llenando cántaros de oro líquido, y en las calles de Nueva Orleans, donde un grupo de niños negros que tocaban el saxofón descalzos comenzaron a bailar al son de las gotas estrellándose contra el suelo, y ningún gaznate se pudrió de sed, y ninguna tierra murió árida y abandonada, y los gélidos ventanales de lo que un día sería Madrid fotografiaron el momento.
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Relatos para el insomnio
jueves, 13 de marzo de 2014
Mentiras pasajeras
No es verdad que un plan de vuelo sea exacto y riguroso, ni que el clima condicione el recorrido del trayecto... No es verdad que lo directo sea un viaje sin escalas, ni que un reloj sea el que imponga el compás de nuestro horario... Lo único real entre un origen y un destino es que tus rizos, aguarden mi llegada al otro lado...
No es verdad que una ruta programada sea cómoda y sencilla, ni que el ritmo de la marcha determine el pedigrí de las visitas... No es veraz la maravilla low cost de los anuncios, ni el camino embotellado que pregonan las agencias... Lo fascinante de un proyecto es descubrir en cada paso, nuevos rincones por tu cuerpo...
No son ciertas las imágenes que decoran los panfletos, ni las vistas deslumbrantes que se ven en propagandas... La mitad de las historias que nos cuentan son mentira, como el doble de lugares que prometen conquistarnos... El auténtico reclamo de turistas es el brillo, que despierta la mañana en tus pupilas...
No es certero el cálculo de veces que paseas por mis versos, ni el salvaje territorio que me aleja de tu rastro... No me creo que el peaje de tu ida sea tan caro, ni el prohibido condenarte al después del calendario... Lo realmente incontestable es el abuso de distancia, que distancia tus bocados...
No es exacto el fotograma que se tiene de un recuerdo, ni la suma de las pausas que componen nuestro rumbo... No me trago que el mejor itinerario sea el que dictan en los libros, ni que el mundo no te quepa en el bolsillo si te empeñas... El único escenario que contemplo es todo aquel, que fabricas con tus sueños cuando sueñas…
No es verdad que una ruta programada sea cómoda y sencilla, ni que el ritmo de la marcha determine el pedigrí de las visitas... No es veraz la maravilla low cost de los anuncios, ni el camino embotellado que pregonan las agencias... Lo fascinante de un proyecto es descubrir en cada paso, nuevos rincones por tu cuerpo...
No son ciertas las imágenes que decoran los panfletos, ni las vistas deslumbrantes que se ven en propagandas... La mitad de las historias que nos cuentan son mentira, como el doble de lugares que prometen conquistarnos... El auténtico reclamo de turistas es el brillo, que despierta la mañana en tus pupilas...
No es certero el cálculo de veces que paseas por mis versos, ni el salvaje territorio que me aleja de tu rastro... No me creo que el peaje de tu ida sea tan caro, ni el prohibido condenarte al después del calendario... Lo realmente incontestable es el abuso de distancia, que distancia tus bocados...
No es exacto el fotograma que se tiene de un recuerdo, ni la suma de las pausas que componen nuestro rumbo... No me trago que el mejor itinerario sea el que dictan en los libros, ni que el mundo no te quepa en el bolsillo si te empeñas... El único escenario que contemplo es todo aquel, que fabricas con tus sueños cuando sueñas…
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Jarabes para el desamor,
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lunes, 24 de febrero de 2014
Greatest hits
No me juzgues si no sabes, que compartimos el impulso de juzgarnos. Porque son tus sucios veredictos los que dictan mi conciencia, y mis sentencias, meteoritos que lapidan tu conducta.
Pero son tus grandes éxitos en asuntos espinosos los que encienden mis hormonas. Tienes el don de derrapar con elegancia en la autopista hacia el infierno, y sin embargo, plagar de bombas tu camino al paraíso. Mas no importa un carajo: Lo bonito y lo sencillo dinamitan nuestro hambre. Lo complejo y lo incorrecto nos excita.
Hay quien vive con el miedo al qué dirán, al si te he visto no me acuerdo, al compromiso. La cuarta enmienda de tu código genético te prohíbe no esconderte. Tu defecto es que esos miedos te torturan si los piensas. Tu virtud es que aún no te han encontrado.
No te esfuerces en quererme demasiado, ni te empeñes en negar que ya lo haces. Contradices lo que dices al segundo de decirlo, pero todas las vertientes desembocan en fascinantes imprevistos. Y lo mejor de ese vaivén no es que colapse mis arterias. Es que me incendia desde el cuello hasta la polla.
Disculpa si estas letras te confunden, o perturban el descanso de tu ego. La ventaja de ser tú es que te importa. La de ser yo, que me la suda. Pero venga, ahí va un piropo, que sé que te hipnotizan. La idiotez te va a estar persiguiendo de por vida, aunque tú corres más rápido. El problema es que te encantan los disfraces, y el de idiota está hecho a tu medida.
El currículum vitae que te precede, está escrito con mis ríos de saliva. Los fluidos corporales que te bañan, son los mismos que me riegan las ideas. Eres políticamente hermosa e incorrectamente hija de puta. Eres galope de un potro desbocado. Eres un cáncer que corroe mis entrañas. Eres salvaje, libertina, ácida, destructiva. No te quiero cerca ni de lejos, y sin embargo, me derrito si te alejas demasiado.
A la más fruta del garito.
Pero son tus grandes éxitos en asuntos espinosos los que encienden mis hormonas. Tienes el don de derrapar con elegancia en la autopista hacia el infierno, y sin embargo, plagar de bombas tu camino al paraíso. Mas no importa un carajo: Lo bonito y lo sencillo dinamitan nuestro hambre. Lo complejo y lo incorrecto nos excita.
Hay quien vive con el miedo al qué dirán, al si te he visto no me acuerdo, al compromiso. La cuarta enmienda de tu código genético te prohíbe no esconderte. Tu defecto es que esos miedos te torturan si los piensas. Tu virtud es que aún no te han encontrado.
No te esfuerces en quererme demasiado, ni te empeñes en negar que ya lo haces. Contradices lo que dices al segundo de decirlo, pero todas las vertientes desembocan en fascinantes imprevistos. Y lo mejor de ese vaivén no es que colapse mis arterias. Es que me incendia desde el cuello hasta la polla.
Disculpa si estas letras te confunden, o perturban el descanso de tu ego. La ventaja de ser tú es que te importa. La de ser yo, que me la suda. Pero venga, ahí va un piropo, que sé que te hipnotizan. La idiotez te va a estar persiguiendo de por vida, aunque tú corres más rápido. El problema es que te encantan los disfraces, y el de idiota está hecho a tu medida.
El currículum vitae que te precede, está escrito con mis ríos de saliva. Los fluidos corporales que te bañan, son los mismos que me riegan las ideas. Eres políticamente hermosa e incorrectamente hija de puta. Eres galope de un potro desbocado. Eres un cáncer que corroe mis entrañas. Eres salvaje, libertina, ácida, destructiva. No te quiero cerca ni de lejos, y sin embargo, me derrito si te alejas demasiado.
A la más fruta del garito.
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