jueves, 11 de diciembre de 2014

Te iloveyou my darling


Cuando la vecina de al lado se ponía música, hasta las paredes vibraban. Siempre eran los Stones, y siempre empezaba con Satisfaction. Gritaba. Aullaba. Se dejaba los pulmones cada mañana. Casi tanto como cuando follaba. Eso ocurría todas las noches. Y a juzgar por los gemidos que se aventuraban sin éxito a ensombrecer los suyos, cada noche era una compañía distinta. Hombre, mujer. Hombres, mujeres. Alientos graves y agudos, jóvenes, maduros. Pero todos escandalosamente tímidos y educados en comparación con los de ella.

Cada día llevaba el pelo de un color diferente. No se depilaba las axilas. Tampoco se maquillaba. Bajaba en bragas a tirar la basura. Si alguien se cruzaba con ella en las escaleras, sonreía y achinaba los ojos a modo de saludo. Tenía una boca perfecta.

Se llamaba Sunny. Nació en Boston. Vino a estudiar literatura española hace casi cinco años. No volvió.

Y a César, que desde que llevaba camisetas del Pato Donald le chiflaban los enigmas, Sunny le pareció uno de los misterios más fascinantes que se había encontrado. En cuatro meses que llevaban compartiendo la tercera planta de aquel viejo edificio en Chamberí jamás había hablado con ella más de dos minutos. Hola, bienvenida, vivo a tu izquierda, soy periodista, me llamo tal, y tú. Anda Sunny, como la canción. Primera sonrisa. Bueno, encantado, para lo que quieras.

Una noche más la orquesta sinfónica de Boston hizo las delicias del público. Era jueves. Se había teñido de naranja, la había visto a mediodía cuando volvía de hacer la compra. Ya en casa, una botella de vino blanco recién adquirida en la bodega de la esquina le dijo a César que no fuera egoísta, que quería ser compartida. Que mañana mismo, que no iba a esperar más.

A las ocho de la tarde del viernes el timbre del tercero derecha rompió el silencio. La puerta se abrió, dejando que un intenso olor a canela se adueñara del pasillo.

-¡Hola! César, ¿no? -preguntó con un brazo apoyado en el marco.
-Sí. Hola. ¿Y tú Sunny verdad? -se escuchó decir él-. No pudo evitar rascarse la cabeza, de alguna manera instintivamente, haciéndose el tonto.
-Eso es. Como la canción -Y allí que aparecieron la sonrisa y los ojos achinados-.
-He pensado que tal vez te apetezca compartir esta botella. Es costumbre entre los vecinos del edificio.
-¿Yo te gusto, César? -soltó de pronto-.
Y cuando alguien que dedica su vida a las letras no sabe qué decir, la idea de que se ha convertido en un inútil integral sobrevuela sus pensamientos durante un momento. Breve, pero intenso. Como un latigazo.
Sunny se desabrochó la bata a rayas arcoíris que llevaba puesta. Debajo únicamente llevaba un conjunto de ropa interior a juego con su pintalabios, que resplandecía con chispazos azules como fuegos artificiales.
-Te lo voy a poner fácil -añadió-. Cogió con suavidad la mano desocupada de César y la posó con delicadeza en su pecho izquierdo. El tacto esponjoso le puso el vello de punta. -¿Sabes lo que late aquí dentro?
No hubo respuesta. César notó que empezaba a sudar.
-Un tumor. Del tamaño de una ciruela. Inoperable.
Las palabras salieron de su boca como una ventisca helada. César sólo notó sus latidos, lentos e irregulares, un redoble de tambores de guerra.
-En cualquier momento mi corazón se parará. Quiero que ese momento llegue mientras hago lo que me da la gana. No me va a coger arrodillada en un rincón. Y ahora, ¿quieres pasar? Ese vino tiene una pinta estupenda.
Ante aquellos ojos achinados que le sometían como un tótem, César vaciló durante un instante.
Un instante muy pequeño.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Aquest any sí


Escribo estas líneas mientras me aproximo a la muerte. Me está mirando a los ojos. Me suplica que me rinda, que acabe con esta agonía. Que ya vale de tanto sufrimiento, de tanto castigo, que ningún ser humano le ha echado tantos huevos a la vida. Que soy un héroe curtido en mil heridas, y merezco un descanso en condiciones.

Que soy un mártir, me ensalza. Que llevo siglos perseguido por fantasmas, por fanáticos herejes que desprecian mis valores. Que mis excrementos no huelen como los demás, y llevo eones sumergido hasta las cejas en la mierda de los otros.

Que el mundo está podrido, me anuncia. Que conspira desde el centro para destruir mis raíces, dinamitar los pilares de mi estirpe. Que estamos hechos de otra tela, confeccionados por patrones diferentes. Y que el distinto es un diabólico tirano rojigualda.

Que he dado tanto de lo mío y recibido tan poco, que soy tonto, va y me cuenta. Que los vecinos me contemplan con envidia, con desprecio. Pero soy y estoy tan bueno, tan azotado por injusta intolerancia, que mi destino es ser libre despojado de caciques y cadenas.

Que lo que dije y digo está mal dicho, que está prohibido. Que mi idioma debe ser condenado al ostracismo. Que mi cultura es la ballesta de mi causa, y que mi causa se diluye en las fronteras. Que nadie en la historia ha soportado tanto como yo, me dice, y ya es decir conociendo la de años y civilizaciones que han pasado.

Que soy un moribundo catalán incomprendido, me suelta. Un paria. Una víctima del sistema.
Que razones me sobran para irme con ella.
Pues vaya, ahora que ya las sé todas tendré que hacerle caso.
Y mañana poner fin a este calvario.

domingo, 12 de octubre de 2014

Defectos de fábrica


Tengo la manía de perder el sentido
si no me oriento en tus caderas.
En esa curva pronunciada hacia tu espalda
donde no hay señales que sugieran
aminorar la marcha de mis dedos.

En ese punto donde el norte pierde la fe y la cordura
y del sur brotan dos piernas
esculpidas en algún rincón del paraíso.
Que al infierno ya se van nuestros pecados
cuando me faltas.

Tengo vértigo a volar sin tu plumaje,
a los rascacielos que acarician tus tobillos,
y a las cimas
que no coronan tus pezones.

Que ser valiente no es una virtud si no es contigo.
En este páramo de corazonadas,
tu sístole es la diástole que me alimenta,
y tu lengua
un vendaval de adrenalina.

Me acojona ir a la guerra sin tus armas.
Que cualquier cama sea trinchera.
Que la paz sea un desierto
sin tu oasis.

Como si no pudiéramos desatar tormentas
con nuestras balas.

Me mata ver cómo te apagas
si algo, cualquier estúpida inquietud,
se atreve a interrumpir tu risa.

Nunca dejes que esa risa se convierta
en un sofoco.
Nunca dejes que esos labios enmudezcan
por colmarse de palabras,
o de besos alquilados.

Nunca llores.
Y si lloras, lloraré contigo,
y bañaremos el colchón en sal
y anocheceres.
En definitiva, soy imperfecto,
débil
y cobarde.
Hasta que apareces.

Es entonces cuando llegan esa lengua, y esa risa,
que lo arreglan
absolutamente todo.

miércoles, 1 de octubre de 2014

El candidato


Le plantaron un navajazo en la boca del estómago a la vuelta de la esquina, de buena mañana, sin saludar siquiera.

Y Antoñito en lo primero que pensó fue que las manchas no se irían, qué disgusto, una camisa tan bonita a la basura.

Echó a andar con una mano sobre el vientre, por si a aquello de ahí dentro le daba por salir de su embalaje. Bajo sus pies, los adoquines se bañaban en fluido carmesí.

Entró a un bar, se apoyó en la barra, pidió un café con leche. Un par de ojos aterrados atendieron su demanda. Intentó beber sacudido por temblores, pero la mayor parte del líquido no pagó el peaje. Tuvo tiempo para dejar propina.

A trompicones volvió a la calle, y a lo lejos, distinguió el edificio. De su barbilla goteaba un sudor frío. El vientre le abrasaba. Del agujero recién estrenado se escaparon varios palmos de intestinos (¿Ya os vais? Si todavía es pronto).

Niebla, tanta niebla. Tantos ojos aterrados. Tantas sombras, tantos bultos que circulan como ganado, con tanta prisa. Y él se acercaba, arrastrando sus preciosos intestinos por el suelo. Los pobres se estaban ensuciando.

Llegó a la puerta de aquel imponente edificio, pero se derrumbó antes de entrar. Oh, se está tan a gusto aquí. Sólo un rato. Aquí no quema. Aquí no duele. Los ángeles me están vigilando. Te quiero mi vida. Mañana voy.

Y cuando recordó a su hija sollozando, sucia y demacrada, preguntándole si ese día iban a comer, logró levantarse penosamente entre vómitos de sangre y bilis. Primer piso, se dijo. Los intestinos le colgaban de las manos como una ristra de salchichas.

Llamó a la puerta. Diez eternos segundos después, una corbata de lunares parlante le invitó amablemente a pasar (Espero que no me vea la mancha de la camisa).

-Perdone el retraso, había algo de tráfico. Además no sabía si venir porque no reúno todas las aptitudes que piden para el puesto, y con esto aquí colgando... -gimió, con las tripas enganchadas entre los dedos.

-No se preocupe -logró escuchar, mientras le deslumbraba una sonrisa-. Es usted el candidato perfecto.

martes, 23 de septiembre de 2014

Genética McQueen


Un diminuto colibrí de garganta roja abandonó su nido a orillas del Misisipi con una caja de cerillas en el pico y voló hasta la sede de la CNN en Atlanta, en cuya azotea una antena parabólica de quince metros de diámetro pareció arquear las cejas sorprendida por la visita. El colibrí investigó los tejados de alrededor y se hizo con un arsenal de ramas secas que colocó sobre un generador de corriente con la minuciosidad de un artesano relojero, prendió una cerilla y fabricó una hoguera que desde el primer momento supo que nació para ser una estrella. Con gemidos casi eróticos las llamas crecieron devorando a su paso cualquier precioso circuito eléctrico que se atreviera a bloquearlas y supieron que habían completado su mejor papel cuando una formidable explosión disparó la antena a treinta calles de distancia en el momento exacto en que todos los televisores del planeta perdían la señal de la cobertura en directo de una rueda de prensa en la ONU. El colibrí, que había observado la escena colgado de una nube, emprendió el vuelo a un ritmo aún más frenético en dirección al océano Atlántico donde se encontró con una gran mancha de basura flotante cuyos tentáculos de desechos habían atrapado un enorme grupo migratorio de delfines que todavía boqueaban añorando independencia. Sin un solo segundo que perder frenó súbitamente y, suspendido en el aire, el diminuto colibrí de garganta roja reunió toda la energía que sus diminutos pulmones eran capaces de almacenar y de su diminuta garganta brotó un desgarrador graznido soprano que alertó a todas las aves en cien kilómetros a la redonda. Un hervidero de pájaros anónimos acudió a la llamada de socorro y en perfecta armonía comenzaron a rescatar delfines desmembrando la masa de basura con sus picos, mientras que con el batir de sus alas generaban un majestuoso tifón que en las próximas horas respondería al nombre de Libertas.

En la distancia pudo escucharse la risa de un niño.

Y azul, y frío, y hueco, y como una indomable descarga de adrenalina, el mar afiló sus olas. Y sus crestas estallaron en la tierra de los sueños inundando horizontes y fronteras, y la pólvora se convirtió en polvo, y las franjas en reservas naturales, y en las orillas, donde una muchedumbre de curiosos se agolpaba para contemplar la cólera divina, el salitre construyó un nuevo continente al que todos pudieron llamar hogar hasta el fin de los tiempos.

jueves, 21 de agosto de 2014

El llanto de las sirenas

Dónde vamos, dice él, mientras ella le acaricia la cabeza.
Vamos lejos, dice ella, donde nadie pueda encontrarnos. Donde puedas divertirte, hacer amigos. Donde mamá y papá querían que estuviéramos. Vamos lejos, le susurra, donde ya no tengas miedo de las luces, de los ruidos.

Por qué nos vamos, dice él, mientras ella se levanta de entre escombros.
Porque no podemos, dice ella, seguir viviendo en esta casa. Pero habrá otros sitios que te gusten. Porque hay lugares muy hermosos por el mundo que te esperan. Y podrás dormir tranquilo, le besa, sin tener que huir de esos monstruos de metal que hay en la calles.

Qué es huir, dice él, mientras ella cierra la mochila.
Es correr muy rápido, dice ella, tan rápido que nadie pueda alcanzarnos. Es correr sin descansar, sin mirar atrás. Imagina que esas personas con casco quieren atraparte, y si consigues que no te vean ganas un trofeo. Imagina, le sonríe, que podrías ser todo un campeón.

Quién nos persigue, dice él, mientras ella abre la puerta lentamente.
Eso no importa, dice ella, lo que importa es que te tengo, y tú me tienes. Lo que importa es que siempre nos tengamos. Que no me sueltes nunca de la mano. Que seas fuerte, le abraza, veas lo que veas, oigas lo que oigas.

Y cuándo huimos, dice él, mientras ella se consagra con la brisa.
Pronto, dice ella, mientras enlazan sus dedos en la noche.
Y cuándo es eso, dice él.
Ahora, dice ella, antes de que lloren las sirenas.

jueves, 31 de julio de 2014

Pianissimo

Siente cómo
a lo lejos
late el mundo.
Sueña cómo
a lo lejos
duerme el mundo.
Que la luna
en la noche
nos acompañe.
Y que juntos
nos fundamos
en el horizonte.

sábado, 26 de julio de 2014

Antes de ayer

<<Lo siento, Víctor. No puedo soportarlo más. Créeme, lo he intentado. Pero sueño cada noche con su carita. Le escucho reír en su habitación. Y me duele demasiado saber que fuimos nosotros los que le arrebatamos esa risa. Era mi hijo, Víctor. Le quería más que a mi propia vida. Como a ti. Y hubo un momento... Sólo fue un puto momento. En el que te elegí por encima de todo. Querías que formáramos nuestra propia familia. Nunca podré perdonármelo. Cuando llegues a casa, no me esperes. No volveré. Voy a la policía, a buscar lo que merecemos. Aunque lo único que necesito ahora ya es imposible de encontrar.

Te he dejado pollo en la nevera.>>

Mensaje recibido el jueves 5 de junio a las 18 horas y 32 minutos.

martes, 1 de julio de 2014

El viejo orden

Y cuándo dejas de doler. Cuándo empieza la purga. El relleno. Cuándo llega el instinto de supervivencia. Esas gilipolleces.

Te convertiste en todo aquello que siempre quisiste ser de mayor. Invisible. Impensable. Indispensable. En oxígeno. Hace mil vidas.

Y ahora qué me quieres. ¿Ser mi ave fénix? ¿El óxido en mi carne?

Si tuviera derecho a fabricarte otra vez, te haría mi tormenta.
Mi supernova.
Mi bypass.
Mi fotosíntesis.

Serías mi salva de artillería, apuntando a esos pedazos que me hicieron malgastarte.
Mi torre de jenga.
Mi vacuna.
Mi chamán.

Elige un momento y aparece. Cualquiera es bueno. Madrid se desvive por tu luz y tú mudando de desierto.

O acaso buscas otra cosa. No encuentro ningún perdón que me valga en el armario. El que tenía me quedaba demasiado grande.

Ahora sólo queda tumbar las barricadas. La resistencia. Vaciar las entrañas.
Quererse a cañonazos. A estampidos.
A llamaradas.
Y luego que te quedes. Sin despertador.
Porque nada sabe peor que tenerte hambre.

jueves, 19 de junio de 2014

Kafka Street

La primera pluma apareció en su codo derecho. Milena creyó que todavía estaba soñando, así que se arrancó de cuajo aquella negra extravagancia, se dio un bofetón y volvió a planchar la oreja, como si nada hubiera ocurrido. Pero tres horas después, a las once y cuarto de la mañana, su brazo derecho estaba invadido por centenares de plumas que lo cubrían completamente. Milena se levantó con movimientos lentos, pálida, aún convencida de que seguía atrapada en la otra dimensión, y logró llegar hasta la cómoda, en cuyo primer cajón, entre las bragas, guardaba unos cuantos porros de marihuana. Los postres para después de un buen polvo. Encendió el más gordo.

Sólo quería mirar hacia la izquierda, como si tuviera tortícolis. Fumó un rato hasta que el rabillo del ojo diestro le traicionó violando todos sus códigos racionales. Los pocos que le quedaban. Sí querida, ahí está, un brazo cubierto de plumas. Lo que viene siendo un ala. Volvió a apartar la mirada como un resorte. Y así las cosas, ya a sabiendas de que aquello de sueño tenía poco dado el colocón que llevaba, lo primero que se le pasó por la cabeza a la venus de Milena fue que le iba a costar mucho más llegar al orgasmo si tenía que masturbarse con la mano que le quedaba.

Ensayó en la ducha. No pudo concentrarse. Salió sin toalla, y enfrente del espejo estudió su nueva extremidad. Rondaba el metro y medio. Comenzó a aletear suavemente, flas, flas, flas, y se imaginó a una mamá pájaro con un rollizo gusano en el pico aterrizando en su nido, donde le aguardan tres impacientes polluelos chillones. Tenemos hambre, mami. Qué nos traes, mami. Hoy no hay nada para vosotros, mis pequeños. Y devoraba el gusano delante de sus famélicos hijos con un gusto infinito. Luego se vio sobre una rama de almendro, observando con satisfacción cómo dos apuestos cuervos se sacaban los ojos para montarla. Y el vencedor, tuerto y ensangrentado, moría a sus pies sin conseguirlo.

Entonces notó un picor en su único brazo, a la altura del bíceps. Un minúsculo punto oscuro como un lunar empezó a abultarse y de su interior brotó otra pluma, que rápidamente creció hasta alcanzar el tamaño de las demás. Menos de cinco segundos después ya no había brazo. Milena, como azotada por un sofocante golpe de realidad, quiso gritar. Pero su cuerdas vocales lanzaron un poderoso graznido que resquebrajó todos los cristales de la habitación. Cuando miró hacia abajo ya sólo tenía garras y un espléndido y plumífero cuerpo negro. Escuchó un alarido en la calle. Corrió hacia la ventana borracha de confusión y vio una enorme rata blanca aplastando el capó de un coche. Más allá, un gorila batía con furia una farola por encima de su cabeza y enseñaba los colmillos a una inmensa cucaracha. De pronto, el balcón frente a Milena se desprendió de la pared y cayó con estrépito. Un camaleón del tamaño de un pívot de baloncesto apareció del agujero y se adhirió a la fachada del edificio. Desde esa posición privilegiada, casi imperial, desplegó su lengua y pasó rozando a Milena con un zumbido, estampándose en el tabique a su espalda con un sonido acuoso como un proyectil de barro.

Por primera vez en su vida, la venus de Milena se meó encima de miedo y no de placer.

Cuando la lengua volvía a enrollarse saltó al vacío y logró volar a pocos centímetros del suelo. En el portal número 26, al lado de los buzones, un tiburón con piernas masticaba el aire entre convulsiones. Con una acrobacia, Milena se elevó por encima de los bloques de viviendas. Y antes de que olvidara quién era, aún tuvo tiempo para pensar su próximo peinado.

jueves, 12 de junio de 2014

43 de mayo

Ojo. Cuidao. Puede que el refrán sea cierto y ya no necesitemos un sayo para evitar catarros de última hora. O incluso aislados chaparrones. Y al menos podríamos luchar contra todo eso el resto del año si supiéramos qué es un sayo sin buscarlo en internet. Pero que ojo, cuidao. Mira, asómate al balcón, morena. Ahí fuera sigue lloviendo. Ahí fuera sigue la tormenta.

Ah, que no lo ves. Mira detenidamente. Llueven idiotas. Por todos lados. Idiotas que no conocen, por ejemplo, el significado del dinero. Y eso que nadan en él. Al menos todavía no lo saben. Quizás algún día les falte y lo aprendan. Aunque tampoco saben realmente en qué gastarlo. Claro que no, las auténticas necesidades sólo aparecen en la escasez.

Pero mira bien. Hay hasta idiotas incapaces de conocer el significado del miedo, ya que no tienen nada que perder. Y el miedo da fuerzas, responsabilidades. Es algo así como un sparring de boxeo. Y esos idiotas son los peores, porque se creen valientes. Pero eso nunca será posible, ya que siempre habrá algún cobarde que les aplauda.

¿Y aquella nube tan negra? Seguro que está cargada de idiotas que no comprenden la magnitud de la locura. Y la locura es muy sibarita. Únicamente existe en todo su esplendor cuando somos capaces de enloquecer por alguien. Igual que la preocupación. Hasta que no veamos el rostro del sufrimiento en ese alguien, no tendremos ni idea de lo que es preocuparse de verdad.

Aunque sin duda, los idiotas que más calan son aquellos que ignoran su poder de decisión. Y es que siempre habrá otros idiotas que decidan por él. Es la definición perfecta de calabobos. Una lluvia fina y sutil que va mojando poco a poco sin apenas darnos cuenta.

No dejes que te empape la idiotez. No te quites tu sayo de identidad.

Ni todavía ni nunca.

viernes, 6 de junio de 2014

Pero

Te quiero. Y mucho.
Eres muy importante en mi vida.
Porque lo más importante que alguien le puede dar a otro alguien es tiempo.
Y nos regalamos tiempo. Sin esperar nada a cambio.
Supongo.
Me haces reír. Qué difícil es eso.
Me quieres. Eso dices. Eso sí que es difícil.
Y follas de maravilla. Que casi se me olvida.
Eres mucho.
Pero.
No lo eres todo.

lunes, 2 de junio de 2014

Jugo de Tronos

En mi Poniente, los monarcas se extinguieron a la par que los dragones. Las coronas se oxidaron con el paso de los años, y decretamos regalarlas al comprar una hamburguesa. En mi Poniente, el único trono conocido es aquel donde abrimos nuestras nalgas.

En mi Poniente, el único príncipe con empaque que adoramos nos sonríe en las galletas. Y el más pequeño de su estirpe nos relata sus periplos por el reino. En mi Poniente, los borbones sirven cañas en un bar de La Latina.

Aquí en mi Poniente, los retratos de Velázquez sólo muestran a meninas sugerentes. Las princesas son tan chulas que prefieren abdicar, y trabajar de periodistas. Y las casas más reales se costean sin estudios de mercado ni intereses fluctuantes.

En los Siete Reinos de Poniente, las banderas son manteles para picnics en el campo. Dinastía juraría que fue una serie de la tele en los ochenta. Para que te hagas una idea, en las monedas de Poniente aparecen mis chihuahuas echándose la siesta.

Qué más puedo decir de mi Poniente, donde las zarzuelas son líricas y no palacios. Donde los elefantes sólo se arrodillan cuando ven pasar a Simba. Y donde el poder absoluto es aquel con el que Goku, se ventila a todos los malos.

Qué más puedo decir. Pues que aquí se vive a cuerpo de rey.
Qué cosas.

lunes, 26 de mayo de 2014

Resaca erectoral

Lo peor de las resacas no son las jaquecas previas al ibuprofeno, ni el agotamiento que se cobra doce horas de sueño. Lo peor es el después de lo mejor, lo que perdura y no se cura con la química o el reseteo natural.

Lo peor es el estricto despertar. El darse cuenta de que el tiempo te adelanta por la izquierda. El dolor de las ideas. El ya no soy el que era. Y con lo que hemos sido, en otros años, en otras vidas.

Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo único que nos separa de su lado es el inconformismo. Que nadar a contracorriente ahoga sus fuerzas, su castigo. Que nada cambiará en ese idilio si la dejamos elegir cubertería. Que sufrir un gatillazo no es más grave, que esconder el rabo entre las piernas.

Porque la resaca no quiere que sepamos, que su hambre nos quita las ganas de comer. Que París ya no es la ciudad del amor, ni Roma el destino de todo viajero que se precie. Ahora el peaje es caro para un potro moribundo, malherido y desbocado. Pero nunca sin boca.

Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo peor de cambiar es cambiar. Aburrirse de estar aburrido. El admitir que todo va bien entre los dos, que la quieres con locura, cuando estás deseando ponerla las cuernos. Estás deseando sentirte vivo, incandescente, útil. Estás deseando morir lo más viejo que sea posible, pero joven.

Porque la resaca no quiere que sepamos, que lo peor de ese cariño es el para qué. Para qué levantar la cabeza del sofá si la tele cubre todas mis necesidades. Para qué quejarme si puedo llorar en mi coche de los lunes. Para qué salir hoy a la calle, si no se ha ganado ningún trofeo. Que piensen los demás, que yo me canso. Pero luego me atribuyo una medalla al valiente sufridor de este mundo.

Porque aún queda camino por andar. Tanto, como camino andado. Pero sólo lo andarán unos pocos.

El resto se dejará llevar por la corriente.